Opinión

La memoria de lo esencial

Al Anciano Milenario se refugió en la lectura de la biografía del colombiano Héctor Abad Gómez, médico y activista en pro de los derechos humanos, escrita por su hijo de forma novelada. Es la historia de un doctor, profesor universitario, comprometido con su entorno, amante de su familia, tolerante, culto y, lo que era más importante, irradiaba una visión optimista de la vida. Su hijo, escribiendo esta obra, trata de inmortalizar a su progenitor que tanto hizo por él y por cuantos tuvo la ocasión de ayudar. Su preocupación por la salud de los más humildes le llevó a proponer una nueva especialidad médica: la “poliatría”, cuyos futuros especialistas no se ocuparían de curar individualmente a cada enfermo, sino intervenir en las causas más profundas que dan origen a la enfermedad. Pero, a pesar de la importancia de cada ser humano, la conclusión del autor es que el olvido total llegará antes o después. Son pocos, cada vez menos, los que sobrepasan el umbral del tiempo y permanecen en la conciencia colectiva.

Sin embargo, el pueblo japonés, país con una arraigada tradición cultural, ha protegido el recuerdo a sus muertos incorporando a la estructura social una religión singular, el sintoísmo, basada en el culto a los espíritus de la naturaleza; una especie de animismo con veneración permanente a los antepasados en la que los muertos no apartan su espíritu de la tierra, viven alrededor de sus descendientes y toman decisiones con los vivos. En nuestra cultura se entierran o se incineran los despojos de los fallecidos, se pone su nombre sobre una fría lápida y en el mejor de los casos permanece la inscripción unos cientos de años, pero el final “es el olvido que seremos” (título de la obra de Héctor Abad).

El Viejo Milenario observó con alegría que las imágenes que estaban almacenadas en su cerebro se mostraban diáfanas como las de una película recientemente rodada. Aunque era consciente de su edad y las limitaciones que el paso del tiempo impone a todo ser humano, era tal su optimismo que se propuso redactar un opúsculo que resumiese los pasajes más importantes de su vida. Los amigos de la infancia, las palabras, los sentimientos, los juegos, las caricias… se reproducían nítidamente; hasta los más oscuros recuerdos se proyectaban como si un oculto censor hubiera dictado un indulto que incluía a todas las vivencias, sin excepción alguna. La bondad de su padre, el prestigio del abuelo, el fino humor de la abuela, la absorbente autoridad de la madre, la sabiduría de la tía Julia, la férrea voluntad del hermano mayor, la tenacidad de la mayor de sus hermanas, la brillantez de la menor, la idolatría de la belleza, las frustraciones amorosas, el miedo a la enfermedad, la culpabilidad, el perdón, los fracasos, el éxito… todo ello estaba almacenado en su archivo neuronal; lo que le lleva afirmar que la memoria es como un espejo oscuro que con el tiempo se atomiza en pequeños trozos, conservando cada uno de ellos la facultad de reproducir la imagen solicitada. Es la esencia que nos queda después de haber olvidado lo que hemos vivido.

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