Opinión

Nada es verdad ni mentira

Siento hastío cuando oigo hablar de la situación política española; me aburren los tópicos usados por los insufribles tertulianos que una y otra vez repiten las consabidas frases: “hace falta urgentemente un Gobierno para España”, “unas terceras elecciones serían un gran fracaso”, “la culpa de la inestabilidad la tiene Pedro Sánchez”, “hay que sacrificarse por el bien de los españoles”, “la mayoría social pide un cambio”, “los ciudadanos ya han votado y los políticos han de gestionar los resultados”… etc., etc. Creo que hay que desdramatizar la situación; la realidad es que tras nueve meses con un mermado gobierno en funciones el país funciona con la habitual normalidad: el turismo alcanza cifras históricas, el paro sigue golpeando a la clase trabajadora, la sanidad y la educación sigue la senda negativa iniciada por los gobiernos de Rajoy, el medallero de nuestros atletas en las olimpiadas ha sido aceptable, la corrupción sigue tan campante, los incendios siguen asolando los bosques, la demagogia sigue primando en los discursos y la administración funciona con la inercia de siempre. Ahora no toca hablar del ébola, el virus del zika ha dejado de ser un problema, los efectos del “Brexit” se han amortizado, nadie quiere hablar de las pensiones, el independentismo se ha adormecido, los horrores de las guerras de Siria, Iraq, Afganistán o Yemen han desaparecido de los noticieros y el terrorismo ha dejado de ser el principal problema de la humanidad. ¡Cuanta hipocresía!

Pertenezco a una generación muy influida por las teorías de Herbert Marcuse, que en su principal obra, “El hombre unidimensional”, distingue entre las necesidades reales y las necesidades ficticias (espejismos de una falsa felicidad). Tal vez por ello creo que la libertad es una de las necesidades reales más importantes y para ser auténticamente libres hemos de ser educados sin condicionantes ideológicos de ningún tipo y hemos de incentivar el espíritu crítico que nos permite desarrollar un pensamiento propio sin otras ataduras que el respeto a las ideas de los demás y la aceptación de códigos éticos que garanticen la convivencia y refuercen la tolerancia. Han transcurrido algo más de cincuenta años desde la publicación de la obra de Marcuse (1964) y el mundo ha cambiado sustancialmente; se ha desintegrado un imperio (URSS), se ha globalizado un sistema económico capitalista depredador y alienante; las guerras ya no sensibilizan a la opinión pública mundial como sucedió con la de Vietnam; una nueva forma de sociedad esclavista se está consolidando en los países del tercer mundo; las nuevas tecnologías se convierten en instrumentos de globalización del pensamiento; la confrontación de culturas modifica el mapa de la seguridad; los movimientos migratorios alcanzan datos escalofriantes; el hambre diezma las poblaciones de los países más pobres; un papa ha sustituido al Dalai Lama como referencia de la moral universal; los nuevos roles de la mujer han revolucionado el concepto tradicional de “familia”… ¿Con todo ello podemos afirmar que hemos avanzado hacia un universo unidimensional con sujetos con encefalograma plano, donde no existe la posibilidad de critica social u oposición a lo establecido? La contestación a este interrogante la encontramos en el poema de Ramón de Campoamor: “En este mundo traidor/ nada es verdad ni mentira;/ todo es según el color/ del cristal con que se mira”. Tan cierto es que hay muchos que les entusiasmó el soporífero discurso de Mariano Rajoy.

No quisiera finalizar sin un positivo consejo: pase lo que pase, usted no se preocupe, su preocupación no va a arreglar el problema; disfrute de la vida y no permita que piensen por usted.

Te puede interesar