No han desaparecido, están ahí, agresivos, violentos, dispuestos a todo. Sus principios no han cambiado, son los de siempre: xenófobos, elitistas, fanáticos, intransigentes, racistas y cargados de odio contra los otros. Odian la individualidad, el derecho a la libertad, el libre pensamiento. Consideran la Cultura como el origen de todos los males, queman libros, desprecian al intelectual, al sabio, porque les creen peligrosos ya que no les entienden. Aman la muerte, la confrontación y se consideran elegidos para imponer un nuevo orden, utilizando para ello todos los recursos que sean necesarios. En los nazis, los viejos argumentos permanecen inalterables, el judío, el masón, el libre pensador, el homosexual, el gitano, el negro, el minusválido... a todos los consideran una lacra, una anomalía que debe ser exterminada. Niegan la Historia, la reescriben, la interpretan y no dudan en convertir a monstruos en héroes a los que imitan e idolatran.
Les gusta el uniforme, la parafernalia, lo histriónico, la tortura, la violencia y la muerte. Aborrecen la solidaridad, temen la libertad, se estremecen ante la justicia, huyen de la fraternidad y siempre gozan con el mal, porque ellos son el Mal en su esencia ontológica. La vacuna contra este mal está en la educación en valores, en la defensa de los Derechos Humanos, en aprender a ser ciudadanos, ya que los unos y los otros configuran la inmensa riqueza de la humanidad. (En memoria de Carlos Javier Palomino).