Opinión

Las noches del silencio

Eran las cuatro de la madrugada y el Viejo Milenario apenas había dormido un par de horas. Se levantó procurando no hacer ruido; la oscuridad era absoluta, las persianas herméticamente cerradas impedían que el menor atisbo de luz guiase sus pasos, lo que le obligaba a avanzar con precaución evitando que cualquiera tropiezo rompiera el silencio sepulcral que protegía el sueño reparador de los que compartían sus secretas ilusiones con Morfeo protegido por Baku, el duende devorador de pesadillas. Con los ojos cerrados y con marcha trémula se dirigió al despacho y, tras cerrar la puerta, encendió la luz. Sobre la mesa descansaban varios libros que, como concubinas de un harén, esperaban pacientemente ser elegidos para continuar con su misión: ilustrar la mente de quien busca la luz. Cogió el libro más próximo: “De vita Beata” (De la felicidad) de Lucio Anneo Séneca. Releyó el párrafo en el que había interrumpido su lectura el día anterior: “… el principio divino liga la totalidad de las cosas mediante una ley identificada con la razón universal, y ese encadenamiento inexorable es lo que se llama destino…”.

El texto le había ayudado a reflexionar sobre la razones de la existencia de cada ser humano, reflexión que deseaba compartir con su antiguo y leal amigo Paco López Cambeses, compañero de mil aventuras, además de camarada en la lucha contra la dictadura. Tenía una confianza ciega en su sincera honestidad y se había desplazado a Santa Leocadia para recordar los viejos tiempos y su diferencia con el mundo actual donde el esclavo hegeliano no trabaja para el amo, sino que se explota de manera voluntaria a sí mismo. Hablaron de sus vivencias revolucionarias, de su viaje por la Europa comunista, de los ágapes de los viernes a la noche antes del agit-prop (agitación y propaganda), de las reuniones del Comité Provincial del PCG. Recordaron a compañeros que ya no están: al inmortal Jaime Quessada, al disciplinado Carlos L. Polo, al poeta Antón Tovar, al librero Carlos Vázquez, a Javier M. Randulfe… Pero tuvieron un recuerdo especial de Marisa, la querida mujer de Paco. También hablaron de la coherente trayectoria de Manolo Peña Rey, de la amistad de Agustín Perianes, de los acontecimientos del 10 de marzo en Ferrol, de la detención de Carlos Barros, de Camilo de Dios, de Sergio Sandoval, de Augusto Valencia y de muchos más… pero, sobre todo, de su compromiso ético con los más débiles que se había forjado en la participación activa en la lucha por las libertades. Breogán, el Ateneo, la Casa de Juventud, las asociaciones de vecinos, el compromiso sindical… Fueron muchas las anécdotas de una intensa militancia. Compartieron alegrías, angustias, miedo, sesudas reuniones de célula donde se discutían los textos de Marx, Engels, Lenin, Oparin, Antonio Gramsci, Marta Harnecker…; el Pulitzer era su catecismo y todos tenían la obligación de leerlo. Pero no leyeron “De vita Beata” y sin embargo fueron felices en su compromiso por un mundo mejor.

Hoy, ya viejos, observan preocupados los acontecimientos que amenazan a la humanidad: la alienación robótica de la juventud, la violencia sistémica, la explotación de uno mismo, la depresión y el suicidio consustanciales con la cultura del éxito, la crisis climática, la globalización de la cultura del consumo, el triunfo de la pornografía y la agonía del Eros, el resurgir del nazismo, los movimientos migratorios con miles de víctimas inocentes, el machismo creciente, la xenofobia, la crisis de valores, el resurgir del nacionalismo excluyente y las nuevas letales enfermedades. Frutos todos de la depredación consumista del Homo sapiens.

El libro resbaló de sus manos y bruscamente cayó al suelo; en aquel instante la noche despertó de su mágico letargo y Morfeo recobró su mando. Sueños y pesadillas.

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