Opinión

Padres del odio

Decía Bernard Shaw que el odio era la venganza de un cobarde intimidado; qué terrible tormento deben de sufrir los que se alimentan del odio porque no pueden soportar su propia cobardía. Conozco algunos casos de personas que necesitan odiar para poder seguir viviendo, la mayoría de ellos cree hacerlo secretamente, tratan de ocultarlo esperando el momento oportuno para descargar su ponzoña y cuando lo hacen disfrutan de su maldad.

Como acostumbro, iba paseando ensimismado en mis pensamientos, cuando inesperadamente una mano se posó sobre mi hombro, me volví y pude comprobar que era el hijo de un viejo amigo fallecido hace muchos años. Conversamos recordando viejos tiempos y en un momento de la conversación me dijo: “quiero que sepas que fulano (oculto su nombre por cuestiones obvias) te odia profundamente y aprovecha cualquier ocasión para manifestarlo”. No me sorprendió, como cualquier persona tengo amigos y enemigos; pero sin embargo mi relación con el aludido cesó hace más de diez años y sin embargo su odio continúa latente, ¡Cuánto debe de sufrir, lo compadezco!.

Creo que, como en el amor, el odio genera grandes dosis de energía. Impulsa a quienes lo padecen a realizar terribles esfuerzos por alcanzar su gran objetivo: la destrucción de aquel por el que se siente odio. Todos recordamos el juramento que a la edad de nueve años hizo el que sería pesadilla del ejército romano, el cartaginés Aníbal. El vencedor de las batallas del río Trebia, del lago Trasimeno o la de Cannas, el general derrotado definitivamente en Zama, ese hombre subordinó el inmenso amor que sentía por su mujer Himilce (nacida en Cástulo – cerca del actual Jaén) y por su hijo Aspar al cumplimiento de su juramento de odio. El resultado fue la destrucción de su pueblo y el sacrificio de su familia. Cuando su padre, el general Amilcar, sembró el rencor en su corazón probablemente desconocía las terribles consecuencias de aquel juramento.

¡Cuánto odio se ha sembrado en el eterno conflicto árabe- israelí!, ¡cuánto odio ha generado la injustificable guerra de Iraq!, ¡cuánto odio emanan los profetas de la verdad absoluta!.¡Justicia!, claman las víctimas de la desigualdad, como vacuna contra el odio.

El reciente informe Chilcot pone de manifiesto la conspiración de tres presuntos criminales, que no dudaron en mentir para desencadenar una guerra de consecuencias incalculables. Blair, Bush y Aznar (la tres cabezas de la hidra de la muerte), son presuntamente culpables de abrir el camino al odio más cruel que se pueda crear; el odio a la vida. Nadie está libre de ser víctima de una violencia caótica; aeropuertos, mezquitas, lugares de ocio, trenes, metro, plazas públicas, escuelas…; el matrimonio de odio y muerte tiene cientos de hijos, no tiene patria, no hace excepciones y no se vislumbra su divorcio.

Creo que Bernard Shaw definía bien el perfil del que sufre odio hacia los demás, muchos de ellos no son otra cosa que pobres cobardes, a ese grupo pertenece el sujeto a quién se refería el hijo de mi amigo. Otros, como Aníbal, son víctimas de la Historia y de un padre lleno de rencor. Sin embargo los más peligrosos son aquellos que, amparados en la impunidad del poder, no dudan en abonar los resentimientos más siniestros en su afán de conseguir más riquezas y servir a los amos que controlan el mundo, los tres de las Azores pertenecen a ese repugnante y “selecto” grupo.

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