Opinión

Sucedió porque tenía que suceder

La Historia es fuente de conocimiento; a lo largo de muchos milenios ha recogido las consecuencias de los actos desarrollados por la humanidad, la mayoría de ellos condicionados por la dependencia que las distintas civilizaciones tienen y han tenido de la economía. El poder quedaba vinculado a la riqueza, que le daba prestigio y fuerza; la decadencia dependía de la escasez de recursos, con la consiguiente respuesta de quienes padecían las mayores necesidades. Las distintas fases en que se divide la Historia para su estudio resaltan fundamentalmente la relación que hay entre las clases dirigentes y el pueblo llano. Siempre ha existido una élite que detenta el auténtico poder, estableciendo para ello reglas y leyes que sean garantía de estabilidad y control. Hoy en día las personas encargadas de velar por que nada cambie las conocemos como establishment, cada país mantiene el suyo y entre todos ellos han articulado uno mundial que, después de la victoria del capitalismo visualizada con la caída del muro de Berlín, denominamos como Grupo Bilderberg. 

Los pueblos, en el fondo de sus más profundos sentimientos, temen y odian a aquellos que representan el establishment; los suelen considerar como los culpables de sus penalidades. Los acusan del retroceso en su calidad de vida, los identifican con el “enemigo” del que desean venganza. Son capaces de asociar sus fracasos con la imagen totémica del que aspira a liderar el establishment; y esa imagen es la que representaba Hillary Clinton, la candidata derrotada del Partido Demócrata de EEUU. Su perfil es el de una persona ambiciosa, falta de credibilidad, sin empatía, fría y calculadora; capaz de sonreír mientras miente, y sobre todo es el exponente de un neoliberalismo culpable de crear las cadenas que esclavizan el futuro de los americanos. En un escenario donde la tecnología lo controla todo, los votantes han elegido al “héroe” que se enfrenta con el poderoso establishment; no importa su incontinencia verbal, se agradece su xenofobia contra “el invasor” emigrante, se alaba su “machismo” reaccionario, se idealiza su confrontación con las estructuras arcaicas de su partido, entusiasma su lenguaje corporal, similar al que transmitían los dictadores Adolf Hitler y Benito Mussolini, y los que asisten a sus mítines quedan hipnotizados por la contundencia de sus exabruptos. Donald Trump se ha convertido en presidente del país más poderoso del mundo y abre un período de incertidumbre en los acontecimientos mundiales. 

¿Y la izquierda? ¿Dónde está el voto progresista? El Partido Demócrata ha renunciado a representar el ansia de cambio de los jóvenes americanos, se ha hecho lo imposible para que Bernie Sanders perdiese las primarias en favor de Hillary a pesar de que las encuestas lo daban como vencedor ante cualquier rival republicano. Los partidos tradicionales se han hecho viejos, son incapaces de enfrentarse a los nuevos retos con un discurso renovado e ilusionante y el espacio alternativo al establishment lo está ocupando un rancio nacionalismo, mezclado con un populismo agresivo, xenófobo y profundamente reaccionario. Las consecuencias se extienden por todo el orbe: el Brexit, el referéndum de Colombia, el avance de la ultraderecha europea, el ímpetu de las teocracias islámicas, el triunfo de Donald Trump… Si los políticos del arco democrático no cambian de actitud, un neonazismo se extenderá por Europa: Austria, Holanda, Italia, Francia… ya han caído Hungría, Polonia, Croacia, Macedonia… El imperio del horror empieza a tender su fina tela de miedo y odio. ¡Despertad socialdemócratas o cuando lo hagáis ya habrá sucedido, la Historia del pasado nos anuncia el futuro! 

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