Opinión

VERDUGOS

Qué pesadillas!, noches de insomnio, fantasmas acusadores, imágenes horripilantes? ¿Es que alguien puede dormir tranquilo después se ser responsable de la muerte de miles de inocentes, de haber consentido la tortura, de haber autorizado bombardeos indiscriminados, de haber destruido un país? George W. Bush busca ser redimido sin mostrar arrepentimieto, ocultando su responsabilidad en una cobarde pasividad en la toma de dicisiones, en aquellos momentos trascendentales para la paz o para la guerra . Ni se arrepiente ni siente otra cosa que el remordimiento que corroe sus entrañas, y por ello presenta un libro de memorias, tratando de autojustificarse ante la humanidad y ante un Dios que él ha utilizado y desvirtuado a niveles de las cruentas cruzadas medievales. ¿Busca, tal vez, que alguna comunidad musulmana perdone sus crímenes de guerra como han hecho los amish con Charles Carl Roberts, el asesino de cinco niñas de dicha comunidad anabaptista?. Pero él ignora que son muy pocos los que alcanzan tal nivel de espiritualidad, por lo que su deseo se convierte en un humillante sometimiento ante sí mismo. Su soberbia y cobardía le impiden pedir perdón al mundo por su horrendo crimen. La historia está llena de actos criminales cometidos en nombre de los estados, de los dioses o de un pretendido interés común. Todo expansionismo, territorial, comercial, religioso o cultural, lleva parejo destrucción, genocidios y crímenes contra la humanidad, y los grandes conquistadores han sido hombres sin escrúpulos movidos por una ambición desmedida que solamente podían satisfacer incrementado su poder hasta el límite de su autodestrucción. Bush no puede evitar que la historia le juzgue como el ignorante presidente que ordenó iniciar una guerra en el siglo XXI; la sangre de los inocentes será la tinta que imprima las atrocidades cometidas para salvaguardar los intereses de los grandes grupos de presión de los que él hoy reconoce ser un miserable lacayo.


Simúltaneamente a la presentación pública de las memorias de Bush, fallece en Argentina otro monstruo de la muerte, el siniestro almirante Emilio Massera (el Cero), el necesario impulsor de la tortura que toda dictadura necesita, el hombre que fríamente ordenaba asesinatos con la impunidad que da el controlar el poder absoluto. Murió demente tal vez porque su propio cerebro era incapaz de digerir tanta maldad como había creado. Massera no justificó nunca su participación activa en asesinatos, secuestros, torturas y terror, el mariscal era un hombre que había abrazado el mal y lo ejerció con la eficacia de un fiel servidor de Satán: disfrutó con el dolor ajeno y gozó con la angustia del débil. Quizás será maldito y nunca sus crímenes serán olvidados.


Ambos defiendieron la tortura; el uno la ha autorizado y justificado, el otro la ha ejercitado y disfrutado. Los dos son despreciables y su figura irá asociada a la más baja condición humana.


Afortunadamente hay otros ejemplos donde desde el horror se quiere alcanzar el amor. Inocentes, víctimas, hoy en el recuerdo de un pueblo que quiere perdonar para poder olvidar. Estupenda lección la del Gobierno Vasco, 10 de noviembre: Día de la Memoria, una fecha para recordar .

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