Opinión

La nueva presencia de Benedicto XVI

En un encuentro entrañable del papa con el clero de su diócesis, sacerdotes y seminaristas, el obispo de Roma se despedía de ellos con estas hermosas palabras: 'Aunque me retiro ahora, en la oración estoy siempre cercano a todos vosotros y estoy seguro de que también todos vosotros estaréis cercanos a mí, aunque permaneceré escondido para el mundo'.

A todos nos ha sorprendido la renuncia del papa. Incluso se han emitido juicios comparativos con el trayecto final de su inmediato antecesor, el venerado Juan Pablo II que murió prácticamente ante los ojos de todos, afirmando que a pesar de su grave enfermedad y deterioro final, no quería 'bajarse de la cruz'. Pero ¿podemos afirmar como algunos medios de comunicación han sugerido que J. Ratzinger se haya bajado de la cruz? Creo que sería mejor afirmar que la ha abrazado de modo diferente. No debemos olvidar que encierra gran valentía el reconocimiento de la propia limitación, la confesión de que no todo depende de nosotros, sino que la Iglesia depende primordialmente del Supremo Pastor. Esta decisión constituye 'en el sagrario íntimo de la conciencia y con plena libertad' una llamada al realismo que invita a asumir la naturaleza de la propia condición y a buscar en consecuencia no el propio bien sino el bien de la Iglesia y a considerar el cargo como servicio. En una palabra, con su renuncia Benedicto XVI ha mostrado una gran altura humana, intelectual y religiosa.

El papa ha decidido dejar paso a otro obispo de Roma que con más fuerzas y dinamismo pueda llevar adelante el ministerio de Pedro. Pero no se va. No se baja de la cruz, sino que la abraza 'en lo escondido', sacando así a la luz una de sus facetas más desconocidas: su honda vena mística. Ahora, el discípulo de San Agustín y San Buenaventura, el experto en Santo Tomás y el perito navegador por el mar de la Patrística, desembarca en la otra orilla, de la mano de la mejor mística. Ahora es San Juan de la Cruz quien le dice: Bienvenido a la 'interior bodega' donde se goza de 'la noche sosegada, de la música callada, de la soledad sonora, de la cena que recrea y enamora en diálogo íntimo y secreto con el Amado'.

No es ausencia, es otra forma de presencia. Desde esta clave, entendemos mejor sus palabras de despedida: 'Aunque me retiro ahora, en la oración estoy siempre cercano a vosotros y estoy seguro de que también todos vosotros estaréis cercanos a mí, aunque permaneceré escondido'. El papa renuncia al Pontificado para seguir sirviendo a la Iglesia, como lo ha hecho toda su vida.

No es tiempo, pues, de comparaciones sino de agradecimientos, de acción de gracias a Dios por esos dos últimos papas tan distintos pero a la vez tan complementarios. No se puede comprender del todo a Juan Pablo II sin su fiel colaborador Josep Ratzinger, ni comprender a Benedicto XVI sin la gran herencia postconciliar que le dejó su antecesor y que él ha gestionado con sabiduría, abriendo horizontes nuevos. Sus enseñanzas son como hojas de ruta para navegar en el proceloso mar del nuevo milenio.

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