Opinión

CÍÑETE, PUES, LOS LOMOS

Las batallas perdidas no le han arrebatado la lumbre de los ojos: están todas las heridas, los sueños y todos los recuerdos de una vida al límite, intensa y combativa. Esta tarde de primavera estoy con Camilo de Dios: una leyenda. El último de aquellas camadas que en los 40 y 50 se tiraron al monte a luchar y a la espera inútil de que el general ferrolano cayese. Es el último 'maqui'.


Entro en su casa de Sandiás: todo es humano y cálido; las parras cuelgan del balcón, láminas de Van Gogh cubren las paredes, el perro levanta la pata para saludarte, el gato se te sube a las rodillas; después, ambos animales parecen bailar para tí la danza de la solidaridad.


Me fijo en sus manos, en sus dedos, en las uñas; a pesar del tiempo, tienen las huellas de los verdugos que se refocilaban como si fuese un banquete, allá, en los cuartelillos de la temida 'brigadilla'. Ya su padre, su madre y su hermano lucharon contra el general de los ojos fríos, en la clandestinidad.


Es necesario mantener la memoria y honrar a estos hombres valerosos. Era muy joven. Huida dramática, de madrugada, altivos falangistas golpean a culatazos la puerta como si quisieran derribar la noche; huir por la ventana, perros buscando en la niebla, esconderse en el vientre de la madre, en el hueco de un castiñeiro, como si la naturaleza quisiera protegerlos.


Aquel trágico día en que Ourense se estremeció. Era el 18 de marzo de 1949, víspera del 'día del padre'. El grupo de Camilo, escondido en Montealegre, listo para dar un golpe espectacular en una acción rápida, planeada con la meticulosidad de un cirujano.


A veces, se cruza en tu camino lo que no esperas. De pronto, un 'mortero' estalla a sus pies. Carabineros, soldados, todas las fuerzas rodeándolos. 'Huid de dos en dos; mi compañero y yo rompimos el cerco a bombazos; ellos tenían miedo, luchaban por un sueldo, nosotros por un ideal; mala suerte, fuimos a dar con el cuartel de San Francisco, nos refugiamos en una casa de la plaza de las Mercedes, desalojamos a los inquilinos, nos defendimos desde las ventanas, le prendieron fuego. Mi compañero cae herido, me dice 'sé lo que me espera, dispárame, tú haz lo que te parezca, puedes entregarte, sólo tienes 17 años'. Le acerqué su pistola. De inmediato, caí al suelo sin sentido. Desperté en el hospital rodeado de policías y carabineros'.


Después, más de cincuenta días sujeto por una argolla, grilletes chirriantes, cadenas en los pies. Camilo presentía la llegada del verdugo por un espeso silencio.


Miro de nuevo sus manos vigorosas y los dedos deformados. Camilo recuerda los nombres de los carceleros de todas las prisiones que recorrió, las de todos sus compañeros y las de todos los camaradas que le ayudaron. 'A pesar de aquellos tiempos y que éramos una `brigada de choque´ teníamos buenas conexiones y amigos en muchos lugares. Mira este `cuero´, esta todavía nuevo, observa su peso; me lo hizo un sastre amigo de la calle de la Luna para que cobijara mi cuerpo en los helados inviernos, en él está el polvo de todos los caminos clandestinos'.


(Hubo más lucha, más caídas. El tiempo se esfumó como una lágrima. Hace mucho que las ranas no croan en la Antela. Hoy es querido en A Limia. Tiene una familia honesta y solidaria, todos del 'partido'. El Mundo Obrero de este mes sobre la mesa. Me enseña un hermoso reloj de bolsillo: 'Funciona, me lo dio en la cárcel de La Coruña mi compañero, justo antes de recibir el garrote vil'.


Está conmigo otro combatiente y amigo, Augusto Valencia, que le escribió un día, recordando su apellido De Dios: 'Eres el único Dios en el que creo'.


Nos despedimos. A veces, su salud languidece, pero se yergue con el aura más noble y me recuerda la cita: 'Cíñete, pues, los lomos como hombre valeroso'.)

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