Opinión

El abuelo guardería

MIÉRCOLES, 27 DE MARZO

Estoy en un café y observo la escena. Padres y abuelos esperan a sus niños. Muchos abuelos. Me fijo en uno que camina torpemente, mermado de facultades, toma a su nieto de la mano y es casi un espectáculo el esfuerzo del hombre para introducirlo en el coche.

Sucede que estoy tomando café con Estela Rodríguez, una joven psicóloga especializada en adolescentes. Inevitable, hablamos de los abuelos. Le espeto: “Ahí los tienes, son la mejor y más barata guardería. Tienen más contacto con los niños que sus padres. Siempre hay una excusa. ‘Papá, nos vamos de cena, tienes que quedarte con los nietos; Papá, voy de fin de semana así que te quedarás con los nietos´. Y ya sabes, el abuelo calla sumiso”.

Mi amiga me mira pensativa: “Ya me sobrepasa, a mi consulta llegan las madres, me los dejan allí, ‘Arréglemelo, vendré a recogerlo dentro de una hora’. Vamos, como si el niño fuese el motor de un automóvil. Otros me vienen de la mano de sus abuelos”.

Mi amiga toma el café y me habla despacio. “Hay como una vieja herida en la ciudad. Muchos son los hijos y nietos de la emigración. De aquellos que en el siglo pasado partieron a Centroeuropa, a Frankfurt o Amberes. Sus hijos quedaron en manos de sus abuelos u otros familiares. Cuando regresaron, los niños habían crecido y sus padres eran como extraños para ellos. Los padres se habían sacrificado para que los suyos tuvieran una vida mejor. Quizás esta provincia sea la que más llenó aquellos vagones de madera que partían huyendo de la miseria. Todavía hoy pagamos las heridas de aquel éxodo. Es bien cierto que donde había un bebedor agresivo, un asocial, alguien problemático, probablemente era hijo de emigrante”.

Se hace un silencio. Recuerdo la mirada de aquellos chicos internos del colegio que, mientras nosotros nos íbamos de vacaciones, tenían que quedarse allí. Pero le pregunto a Estela dónde está el problema de los abuelos que hoy cuidan a sus nietos: “Dime, ¿qué hacen mal?”.

La psicóloga me mira reflexiva. “La mayoría de los emigrantes tienen un sentimiento de culpabilidad, un dolor de haberse perdido la adolescencia de los hijos. Ahí está el problema. Ahora que los padres utilizan a los abuelos como una guardería, éstos les consienten todo. Compran todo lo que piden desde la tristeza de no haber podido estar cerca de sus hijos. Entonces, estos adolescentes crecen débiles, mimados, faltos de disciplina y sus deseos son casi siempre satisfechos”.

(“Cada día lo tengo peor en la consulta. Ya sabes, los adolescentes se creen invulnerables, no tienen recuerdos. Conformistas, incluso muchos carecen de rebeldía que según el clásico es una virtud del joven. Les pregunto a ellos: ‘Dime qué piensas, cuéntame…’ La respuesta es siempre descorazonadora: ‘No me haga pensar, no me raye”).


JUEVES, 28 DE MARZO

Han sido días poéticos. Todavía hay personas que se la juegan y montan una galería de arte. Xosé Vilamoure y Marita Carmona abrieron hace un año el ‘Dodó Dadá’, un local cálido y confortable abierto a todo lo artístico. Allí presentó su libro José Lameiras, ‘En el frío de la navaja’. Una presentación divertida. El poeta me invitó a abrir la velada. “En estos tiempos ensombrecidos, llenos de trampas en que la máquina escupe confusión, es una alegría que este local esté lleno en un acto poético”. Decía Oroza: “cuando todo nos falla, nos queda la poesía”. Después, Lameiras mostró un video fascinante y hasta se animó a tocar un instrumento. El acto fue una invitación a vivir creativa, lírica, poéticamente.

Lameiras es un poeta lleno de autenticidad que logra eso tan difícil que es tener un estilo propio. A veces sus poemas son demoledores. Otras veces son como una oración.

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