Opinión

Pasaje inquietante

Asistí conmovido a la inhumación de los restos del ‘guerrilleiro’ Perfecto de Dios en su pueblo de Sandiás. Ah, tuve en mis manos la desvencijada navaja con la que cortaba el pan duro en las cuevas y montes alejados.

También sus botas de piel de becerra, con las que caminó clandestino, metralleta al hombro, tal Aquiles, el de los ‘pies ligeros’. Ay, el abrigo de cuero que le hizo un sastre republicano de la calle de la Luna y que su hermano Camilo conserva impecable como un tesoro.

Ese mismo día, el rey Felipe VI y la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, homenajeaban a otros combatientes olvidados: los españoles de La Nueve, los primeros que entraron por el puente de Austerlitz para liberar la ciudad, el 24 de agosto de 1944. Su capitán, Raymond Dronne, los definió con lucidez: “Eran muy competentes, más que nosotros; individualistas, idealistas, valientes y daban prueba de un valor algo insensato”.

La ceremonia de Sandiás estuvo llena de emoción. A todos se nos erizó la piel cuando la coral interpretó el ‘himno internacional de los guerrilleiros’. Han pasado setenta años de esa guerra tan cruel. En ocasiones, parece que la guerra se prolongase. Mientras en París se homenajeaba a La Nueve, aquí, en Sandiás, la alcaldesa negaba el salón de actos para este evento. Tuvo que hacerse en Xinzo.

Es necesario recordar aquel aciago 16 de mayo de 1950. Los dos guerrilleiros, Perfecto y su madre, habían recibido instrucciones: se daba por concluida la lucha clandestina. Ambos se camuflaron como segadores gallegos en tierras de Castilla. Cien mil pesetas pagaban por su delación. La Guardia Civil abatió a Perfecto en Chaherrero, Ávila. El joven murió en brazos de su madre. Después, ella conoció las húmedas ‘celdas de castigo’ de las prisiones españolas.

Pero te cuento, amigo, qué paradoja. El nutrido grupo que acompañábamos los restos de Perfecto hacia Sandiás se cruzó con la procesión del Corpus. Justo entonces, fue como si estuvieran allí las dos Españas que cantó Machado: “Españolito que vienes al mundo/ te guarde Dios;/ una de las dos Españas ha de helarte el corazón”.

Después, en el cementerio hubo banderas, lágrimas e himnos. El párroco se aproximó y leyó un pasaje inquietante: “Señor, no seas demasiado severo con él…”. No pudo decir más: la violinista y el viola entonaron de inmediato “La Internacional”.

(Caían los terrones sobre el féretro de Perfecto. Un vecino de Chaherrero arrojó la tierra de Castilla que traía en un cofre.

Justo ahí, miré a Camilo, su hermano. Allí estaba, granítico, un árbol, hombre a manos llenas. Supe que por sus ojos pasaba toda su vida clandestina. Los caminos más ocultos, las refriegas, el rostro de sus camaradas, las gentes que les dieron refugio, las prisiones y los verdugos.

Entonces, me empujé por sus ojos levemente empañados. Ay, sabes, me sentí mejor, purificado: en su sabia mirada no había restos de rencor. Tenía escrito el último verso de Keats: “No ocupes tu tiempo en odiar”.)

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