Opinión

Casas para otra cosa

El Evangelio que se lee este tercer domingo de Cuaresma (Jn. 2, 13-25) recoge aquel pasaje en el que, entrando Cristo en el templo, observó que allí había de todo, se había convertido en una feria con animales incluidos y el barullo de cualquier mercadillo. En una actitud que a algunos pudiera chocar, Cristo agarró un látigo y echó fuera a toda aquella chusma: "Tirad todo esto fuera y no convirtáis la casa de mi Padre en casa de comercio".
Algo parecido se está consiguiendo en algunos lugares donde la gente habla en el templo peor que fuera y se aprovecha para cotilleos, comentarios y saludos incluidos. Por eso, con buen criterio, la Congregación para el Culto decreta que la paz se dé únicamente al de la derecha y al de la izquierda. Porque, en momento tan serio como es el anterior a la Comunión, dentro de la Plegaria Eucarística, se arma un jolgorio terrible saludando incluso a voces a los que están en la otra esquina del templo. En el fondo, con todo esto lo que se está consiguiendo es minar la sacralidad del lugar. Cierto que es casa de la familia, hogar de todos, pero dentro de un orden porque también en las casas familiares hay unas normas de convivencia.
Sobre todo en los bautizos, bodas, primeras comuniones e incluso funerales se amontona la gente en torno a la familia, a los novios o a los deudos para felicitarles o darles el pésame y "de paso" hablar de cualquier tema. Unas celebraciones a las que, si sumamos estos "encuentros" finales, se hacen interminables haciendo que el cura y el sacristán, en su caso, tengan que estar esperando a que los últimos se retiren para cerrar y, en caso de bodas, recoger el arroz y la alfombra.
Bien creo que recojo con estas afirmaciones la mayoría de los casos que, desde cualquier punto, son improcedentes. Porque, y esa es otra, si al cura se le ocurre pedir silencio a gritos porque el barullo así lo exige, se le trata de intransigente o, como en un caso ocurrido en cierta parroquia, uno de los familiares le reprochó al cura su actitud porque, le dijo, "para eso le pagué el funeral". Increíble pero muy cierto. ¡Hasta donde llega la ignorancia, que está en relación directa con el desparpajo!
Tal vez con las reformas, algunas veces discutibles, de los templos, se ha perdido el ambiente de recogimiento que inspira lo sagrado. El culto a la Eucaristía, que está allí presente en el Sagrario, acaso ha llegado a una familiaridad y a un deprecio e ignorancia grave. Se pasea por delante como Perico por su casa como si en aquel pequeño cajón estuviese una reliquia cuando en realidad "en la Eucaristía, tras la consagración, Cristo como Dios no sólo está como está en todas partes sino que es Él mismo con su Cuerpo, Sangre, alma y divinidad".

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