Opinión

Condolencia universal

El fallecimiento de la anciana reina inglesa Isabel II ha levantado una oleada universal de condolencias. Los medios de comunicación nos han transmitido al detalle todo un protocolo que muy posiblemente para algunos es excesivo, desmesurado. Pero los ingleses son así dando culto a quien fue su reina durante más de 70 años. Los millares de personas que pasaron por su velatorio y después toda la carretera, sobre todo en el camino hacia Windsor, ha sido espectacular, como la multitudinaria presencia de tantos mandatarios universales.

Le ha tocado reinar en un siglo de convulsiones y guerras, ya sean frías o sangrientas. Incluso ha sufrido avatares como el de las Malvinas y sobre todo aquel “año horrible” en el que tuvo que componer las desavenencias familiares y de entre ellas la separación y después fallecimiento de Diana de Gales. Y han estado siempre presentes los desencuentros familiares de sus hijos y nietos. Sin duda, todo ello le habrá hecho sufrir. Un cúmulo de momentos en los que han menudeado las lágrimas en esos desencuentros familiares y políticos. Pero la historia se está encargando de recordar la serie de primeros ministros que ha tenido e incluso ella, que era la cabeza de la Iglesia Anglicana, ha conocido desde su trono el paso de 7 papas.

La lentitud de los actos funerarios de más de 15 días choca con la celeridad con la que se nombró sucesor a su hijo Carlos III y la rapidez, en las vísperas de su óbito, del nombramiento de la nueva primera ministra, a la que recibió y nombró las vísperas de su muerte. Sin duda alguna es necesario introducirse en la idiosincrasia inglesa para comprender tanta parafernalia y procesiones con su ataúd y los consiguientes actos fúnebres. La movilización del pueblo y del ejército ha sido realmente extraordinaria y como fruto de otra época. ¿Lo desea así toda la población inglesa? Parece ser que mayoritariamente así es, porque los brotes de protestas han sido mínimos y muy puntuales.

Y ahora accede al trono su hijo, hasta ahora Príncipe de Gales, y se ha movilizado toda la familia real. Hemos visto como sus dos nietos, con años separados de la Corte, parece que miran a la reconciliación. Además, ha habido un gesto nuevo que es la cercanía y aproximación al pueblo tanto a los nuevos reyes (Carlos III y Camila de Cornualles) como los príncipes Guillermo y Harry, que se han acercado sonrientes a saludar al pueblo y observar las flores depositadas por la difunta reina. Un gesto hasta ahora inédito, dando la mano, saludando e incluso besando a quienes asistían al duelo al lado de los palacios en Londres, Edimburgo o Escocia. 

Y ahora comienza el futuro, que será difícil. Pensemos en el trabajo que le ha costado a la reina consorte captarse algo del afecto del pueblo. Recordemos que nunca fue bien recibida y veremos si la discreción es capaz de asumirla. El pueblo aún sigue teniendo en el corazón y la mente a la inolvidable Diana de Gales.

Y, sin que esto sea un jarro de agua fría, se ha montado un negocio paralelo de recuerdos del evento que se venden por todo el país e “islas adyacentes”. Increíble parafernalia como fruto en primer lugar de la manera de ser de los ingleses y su culto a la monarquía, pero también tenemos que recordar que desde varios ambientes se promociona y fomenta esta parafernalia que, para otros países, nos resulta un tanto chocante. Nadie se imagina, por ejemplo, en otras monarquías toda esta serie de utilización de la vida y muerte de un monarca sobre todo en los tiempos que atravesamos con tantas situaciones lamentables y que, por lo que se colige, los ingleses desconocen.

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