Opinión

La esperanza

La Iglesia, a lo largo del año, distribuye los tiempos en orden a una mejor puesta al día y para responder a las exigencias y a lo que significan los misterios fundamentales del cristianismo. Dentro de los mismos hay dos momentos llamados "fuertes" y que suponen una preparación más intensa para la celebración de los dos misterios fundamentales de la fe: el Adviento como preparación para la Navidad y la Cuaresma como un mejor acercamiento a la cumbre del mensaje cristiano que es la Pascua. Son la Navidad y sobre todo la Pascua el centro neurálgico para vivir la fe.

Nos encontramos ahora con el Adviento, en el que tanto la figura de Juan el Bautista como la de la Virgen reflejan lo que debe ser este tiempo. Sería lamentable que se utilizase este momento como señuelo publicitario o cómo un ingrediente más del desaforado consumismo y su afán que distraer la atención de lo que es fundamental. Vemos, objetivamente, como se utilizan estas fiestas a nivel comercial sin tener nada que ver con su primigenio significado de estos días. Porque el Adviento que vivimos los bautizados significa tiempo de esperanza, momento de preparación interior, con gran contenido espiritual y jornadas en las que se debiera respirar un mensaje sin caducidad y siempre actual que es todo lo que hace más de dos mil años aconteció en Belén.

Frente a la primacía de lo externo, está el testimonio del recogimiento; ante la valoración de lo material, nos encontramos con la prioridad por lo profundamente humano; contra el materialismo reinante, vemos el sentido de la vida interior; en la cultura de la opulencia, el dinero y el hedonismo, las enseñanzas de amor, sencillez, candor y valor de la escena de Belén. En definitiva, es la cultura del ser la que pugna contra la del tener en la que se ve que la felicidad nunca está en las cosas sino en el corazón.

Seguimos esperando un cambio espiritual que dista de ser político o social y que radica en el interior de los corazones. Sin la transformación interior, de nada valdrán renovaciones por muy atractivas que parezcan momentáneamente. Es la cultura cristiana la que está en juego y que para algunos parece decrépita acaso por culpa de cuantos llamándose y siendo cristianos olvidamos el mensaje de las Bienaventuranzas, que nace cada año en un portal en medio de sencillez y sobre todo de amor.

Aquí está, eso creo, la razón por la que se desvirtúa la Navidad llevándola a otros campos que están en las antípodas de lo que en realidad significa esa fecha. Esperamos a un Mesías como lo esperó durante siglos el Pueblo de Israel, y llegará de una manera que choca ante los parámetros de la sociedad moderna, pero que es la única forma de que esto cambie. Nunca es una utopía, más bien una realidad que debiéramos asumir si queremos contribuir a que la sociedad camine por otros derroteros de paz, alegría y felicidad.

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