Opinión

Jueves Santo

Es muy difícil escribir para el día de hoy, Jueves Santo, sin caer en reiteradas y a veces hasta manidas ideas. Está todo escrito sobre el Día más solemne de la fe cristiana. De esta jornada nacen todas las posibles enseñanzas del mensaje de Cristo. Tal día como hoy Jesús de Nazaret da cumplimiento a todo su mensaje cuyo resumen son las Bienaventuranzas. Desde la pobreza suma colgado de un madero hasta la lucha por la paz desde la cima del Gólgota. Todo el Sermón de la Montaña allí está. Es el día en el que hace el mayor y más generoso testamento de la historia en medio del dolor de los clavos, el desprecio y la injusta sentencia. Nos ama hasta el punto de perdonar a sus verdugos y, olvidándose de sí mismo, lo hace hasta el extremo. En ese testamento nos deja a la humanidad tres legados imperecederos:

En primer lugar, el mandamiento del amor del que Cáritas a lo largo del año trata de poner en práctica en el compromiso social más notorio de la Iglesia. Nos lega el sacerdocio para seguir repartiendo vida, perdón, paz y ese amor santo y seña del cristianismo. Y, por si fuese poco, se queda con nosotros para siempre, hasta la consumación de los siglos en la Eucaristía. El gran misterio cristiano que es la Eucaristía que además de alimento es signo de unión y vínculo de unidad.

El Jueves Santo debiera ser una apremiante llamada para cuantos deambulan sin rumbo, caminan a ciegas obnubilados en el tener, el placer y la corrupción sin mirar hacia dentro y contemplar que poco somos si nuestro corazón está vacio. En el fondo lo que ocurre es que o se les ha explicado mal o la sordera les impide a muchos ver la realidad de la vida sin meta segura, sin camino cierto y perdidos hacia un Godot que nunca va a llegar.

La sociedad, la politica en concreto, cuando se construye al margen de los valores acaba en el caos, y casi siempre entre rejas. Es la ingratitud de muchos que son incapaces de contemplar que hay otros caminos más certeros que los derroteros que conducen a la desesperación, el odio y la muerte.

Hace tiempo que el papa emérito Benedicto XVI lo dejaba muy claro. Tenemos que recuperar la esperanza y esa gran esperanza está en quien hoy muere en la cruz. Un mundo sin esperanza y sin meta cierta se viene abajo en medio de la crispación de la sociedad. Y esa esperanza, recordaba el papa Ratzinger, es más que un ideal o un sentimiento. Es una persona viva: Jesucristo. Así dice San Pablo escribiendo a Timoteo: “Impregnado en lo más profundo por esta certeza hemos puesto nuestra esperanza en el Dios viviente” (1 Tm 4,10). Cristo resucitado y presente en el mundo. Él es la verdadera esperanza: vive con nosotros y en nosotros y que nos llama a participar de su misma vida eterna”.
Porque ni la Cuaresma ni la Semana Santa es un fin. Antes bien es el medio seguro para llegar al verdadero objetivo que es la Pascua, la Resurrección. Desde el Jueves Santo sabemos que nunca estamos solos. Mora Él con nosotros vivo y verdadero, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad hasta el fin de tiempos. Podemos tener la certeza de esa presencia viva y real. Señalaba Benedicto XVI: “Está con nosotros, es nuestro presente y nuestro futuro, ¿por qué temer? La esperanza del cristiano consiste por tanto en aspirar ‘al Reino de los cielos y a la vida eterna y felicidad, poniendo la confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo” (“Catecismo de la Iglesia Católica”, 1817).
 Solo asi viviremos estos tres días camino de la Pascua.

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