Opinión

Las lágrimas del beato Pablo VI

Nunca olvidaré mis visitas al Vaticano acompañando a mi obispo Temiño en las "Visitas ad Limina". Vivencias entrañables y de gran emoción, los encuentros con el papa y aquellas misas en la capilla pontificia y posterior coloquio. He tenido la suerte de pasar tres veces por estos momentos. Los obispos entraban a la biblioteca papal y hablaban con el santo padre mientras los secretarios esperábamos en la antesala. Acabado el diálogo del papa y el obispo, se abría la puerta y el secretario nos invitaba a entrar. Saludos breves pero intensos que permanecen indelebles en nuestro recuerdo, y las fotografías eran algo fundamental para cuantos allí acudíamos. Por eso puedo presumir ahora de haber hablado con un santo y un beato y fotografiarme con ambos.

Mi primera visita fue al hoy beato Pablo VI. Su mirada era profunda, con los ojos azules inmersos en el fondo de la cavidad ocular. La humildad rezumaba en sus gestos y la timidez e incluso un toque de angustia se notaba en su pose. Cuando estuvimos frente a frente comprobé que por sus mejillas corría una lágrima, lo cual me sorprendió. Después de hablar con él un par de minutos salí con mi obispo, a quien se lo dije. Don Ángel me lo confirmó. "Sí -me dijo-, lloraba porque al hacer un recorrido por la situación de la Iglesia y el mundo pronunció una frase que también a mí me impactó: 'Tutti mi danno problemi”.

Al papa Montini le tocó vivir una de las épocas difíciles de la Iglesia, con incomprensiones y cardenales que nunca le perdonaron su apertura al mundo. Los Siri, Ottaviani, Lercaro y otros trataron de poner palos en las ruedas y freno al Vaticano II que este papa impulsó tras la convocatoria por su antecesor el papa Roncalli, hoy San Juan XXIII. El antiguo cardenal de Milán y sustituto de la Secretaría de Estado publicó encíclicas que siguen siendo punto de referencia, además de la "Ecclesiam Suam"(6.8.64), "Mense Maio" (29.4.65), "Mysterium Fidei" (3.9.65), "Christi Matri" (15.9.66), "Populorum Progressio" (26.3.67), "Sacerdotalis Caelibatus" (24.6.67) y la última, "Humanae Vitae" (25.7.68), tras la cual en los diez años siguientes dejó de ejercer su magisterio con encíclicas.

Las zancadillas le hicieron sufrir y derramar lágrimas. La contestación al “aggiornamento” fue grande y a ello se unían las secularizaciones y la crisis en las órdenes religiosas, sobre todo en la Compañía de Jesús, que vio cómo disminuía. Hasta tal punto estas cosas traumatizaron al pontífice que, después de las críticas a su encíclica "Humanae Vitae" nunca más publicó otra. Pero nos queda esa pieza única que es la "Ecclesiam suam", su encíclica programática sobre el diálogo y publicada justo el 6 de agosto de 1964. En ese mismo día de 1978 curiosamente fue su muerte. Por esa coincidencia, el 8 de agosto, ante su óbito, publiqué aquí "En el aniversario de la 'Ecclesiam suam".

Con toda justicia y después de un tiempo olvidado o postergado, el papa que regaló su tiara de plata a los pobres de Milán, el del abrazo al patriarca Athenagoras en Tierra Santa en 1964 al levantarse mutuamente la excomunión entre católicos y ortodoxos desde 1054 con el Cisma de Oriente, asiduo lector de Maritain, de documentos impecables literaria y doctrinalmente, de los viajes, un papa bueno e incomprendido, llega a los altares.

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