Opinión

O afiador

Nos abruma tanto la realidad que necesitamos jugar con ella. No hay motivo de escándalo, la ficción es tan necesaria o más que la propia realidad. Los nutrientes de la historia son un compendio de ficciones y realidades interesadas relatadas en apariencia de rigor. ¿Dónde empieza lo real y dónde remata la ficción? Tal vez sea ese el ejercicio.


No hay lenguajes asépticos ni miradas objetivas, la objetividad murió el día en el que el ser humano pisó la tierra. La comunicación es una suma de variables: intención, reputación del emisor, al que sumaremos nuestra predisposición a reinterpretar los hechos. La comunicación es un acuerdo entre partes, y así seguirá; a uno no le queda otra que tirar de referentes, de creer en aquello que aún no le ha traicionado del todo.


Al hilo de la actualidad, uno se plantea cuánto hay de verdad o de mentira en lo que se nos cuenta; por ejemplo, en lo que disponen sus señorías sobre la mesa en el Debate de la Nación. Depende de cuánto nos resulten creibles los protagonistas, sumado al sesgo ideológico personal. Créanme, la política es ficción, ésta se nutre de anuncios y esperanza, son como valores de la bolsa que repican en futuro, salvo que aquí no hay CMNV que valga; el electorado es el regulador del sistema, y ya sabemos que éste se nutre y deja seducir por motivaciones poco objetivas. Mentir en cualquier oficio es grave, más a sabiendas de lo que se está anunciando no es cierto, acabarás con tu reputación; en política no es una máxima válida, lo importante aquí es no perder el control sobre la mentira.


El lenguaje periodístico y el político comparten meandros. Ambos -en apariencia- están amarrados a realidades tangibles, también, a la credibilidad y capacidad de arrastre de los protagonistas. En un entorno tecnificado, los hábitos del personal no han variado tanto. La comunicación sigue siendo una cuestión de confianza. Jordi Évole, fenómeno santiguado por las masas adoratrices, versión actualizada del flautista de Hamelín, destapó el perfume de la verdad, que no era tal, y se descubrió el incómodo, ridículo papel de millones de gregarios. Se detuvo la música, eran picos de audiencia.

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