Opinión

Hace 25 años

El día 6 de noviembre de 1982, en Zaragoza, el Papa, Juan Pablo II, decía a lo españoles: ’He querido visitaros para alentaros en la fe e infundiros esperanza’. Pero si la esperanza es lo último que se pierde, muy mal teníamos que andar los españoles por aquellas calendas. ¿Por aquéllas? Y también por éstas. ’No perder la esperanza’ o ’la esperanza es lo último que se pierde’ son dichos populares muy usados y para realidades bien dispares. En fútbol los equipos siempre esperan subir algún puesto que les aproxime a la zona europea; en el mundo laboral, el obrero siempre espera escalar algún puesto de mayor responsabilidad en la empresa; en el mundo de la política, sobre todo antes de la elecciones, todos los partidos esperan ganar y esperan mejorar las estadísticas de los comicios aneriores (y casi siempre sucede así, según sus subjetivas interpretaciones); en el mundo de la banca, en el próximo año se esperan resultados más positivos contabilizados en millones de superávit; pero afirmar que ’la esperanza es lo úlitmo que se pierde’ en el mundo de la salud, en el mundo de la miseria y de la pobreza, en el mundo de las injusticias, es muy mal síntoma y señal clara de fracaso.


¿Qué ha querido decir Juan Pablo II en aquel otoño, tan halagüeño para el partido socialista con su rotunda mayoría absoluta, al expresar el motivo de su visita a España: ’Para alentaros en la fe e infundiros esperanza’? El Papa deseaba para la Iglesia española un nuevo adviento, porque ’tengo confianza y espero mucho de la Iglesia en España’. ’Confío en vosotros, en vuestros sacerdotes, religiosos y religiosas. Confío en los jóvenes y en las familias, cuyas virtudes cristianas han de ser venero de vocaciones. Una Iglesia que es capaz de ofrecer al mundo una historia como la vuestra, y la canonización de hijos tan singulares y universales como Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola y Francisco Javier no ha podido agotar su riqueza espiritual y eclesial’.


Caminando por los primeros años del tercer milenio, después de veinticino años de la visita a España de Su Santidad, Juan Pablo II, la Iglesia española sigue necesitada de esa esperanza, que se convierta en confianza en sus jóvenes, en sus sacerdotes, en sus familias, en sus religiosos, en sus cristianos laicos, comprometidos en vivir su fe y en transmitirla en los ambientes en los que nos movemos y existimos.


Tiempo de adviento, tiempo de esperanza activa, tiempo para hacer un hueco en nuestras vidas a Dios, que viene, llama y quiere entrar. Este es el tiempo oportuno para la sementera de la nueva evangelización: cayeron las primeras lluvias, el campo está abonado, sólo faltan brazos. ¿Qué esperamos?

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