Opinión

¿Por qué?

Sus manos, pequeñas y heridas, temblorosas, se dirigieron a mí en una súplica desgarradora; sus ojos vacíos, aún con el brillo inocente y puro de los primeros años, me miraron asustados; sus labios entreabiertos sin articular palabra me hablaron de sufrimiento, temor ansiedad, de dolor.

Escuché su grito, el llanto enmascarado en noches de miedo, castigo e incomprensión; leí la violenta angustia escrita en su piel maltratada, su cuerpo, violentado y febril, el reflejo de sus pocos años en cada herida, cada golpe aún marcado sobre el blanco, pálido y triste caminar de sus pasos de niño. Cada día lo veía, lo escuchaba llorar cada noche, mil veces me preguntaba por qué todo aquello, por qué su llanto, sus gritos, por qué su silencio ausente; mil veces quise reaccionar y no supe cómo hacerlo. Cada día la misma impotencia me asaltaba cuando sus ojos se clavaban en mí al encontrarnos y encontrarse con los míos; cada día su dolor traspasaba el umbral de mis miedos, me empequeñecía, golpeaba brutalmente mi espacio indignándome y removiendo vergüenzas, las mías, las de los que, como yo, nerviosos, desconcertados, asistían cada noche a un nuevo espectáculo de terror y miedos.

Su historia vital se escribió a golpe de ultrajes y violencia, de maltratos físicos , abusos y mentiras; su historia es la de miles de pequeños que sufren cada día, cada hora, la violencia de su entorno más cercano, niños atacados salvajemente, presas del maltrato descarnado, cautivos en un espacio violento, desamparados y solos. Nunca supe qué fue de aquel pequeño, pronto dejó de llorar, sus gritos dejaron de despertarnos en noches de angustia. Pronto, demasiado pronto, olvidamos sus lágrimas, su dolor, olvidamos su llanto, pronto sus ojos dejaron de preguntarnos cada noche ¿por qué?

Uno de cada ocho niños, una de cada seis niñas , sufren maltrato y abusos en España.

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