Opinión

Otra vez el Sáhara

Qué envidia de Portugal. El país vecino tenía un territorio bajo administración colonial en Asia, la mitad de la isla de Timor y un enclave adicional en la otra mitad. La voraz Indonesia del general Suharto quiso aprovecharse de la debilidad de la potencia metropolitana, que apenas salía de la Revolución de los Claveles. Las fuerzas armadas indonesias ocuparon Timor Oriental en diciembre de 1975, pero Portugal jamás cedió. Durante un cuarto de siglo, la diplomacia portuguesa peleó en todos los foros internacionales por una verdadera descolonización del territorio. Y Lisboa se salió con la suya. En agosto de 1999, casi el ochenta por ciento de los timoreses pudieron votar, y optaron por la secesión. Cuando las fuerzas internacionales entraron en la capital, Dili, encontraron todo arrasado. Indonesia no se fue de buen grado, pero tuvo que hacerlo.

Sí, qué envidia de Portugal. Y de su dignidad. En el caso de Macao, aunque no tuvo más remedio que entregar la ciudad a la China comunista, lo hizo tras una gran inversión en un nuevo aeropuerto, negoció bien con el régimen de Beijing en favor de los ciudadanos de su última colonia y, pese a la resistencia china, concedió la nacionalidad portuguesa a cuantos la pidieron. Nada que ver con la funesta entrega de los hogkongueses por parte británica, maniatados y malvendidos. En los últimos años no dejamos de ver atónitos el terrible resultado de la ex colonia británica, mientras de la vecina Macao no llega noticia de similares problemas.

Qué bien lo hizo Portugal y qué mal nosotros. El mismo año de la criminal ocupación de Timor Oriental se produjo la igualmente criminal ocupación de nuestro Sáhara Occidental, la última provincia de ultramar española. Eso es lo que era el Sáhara, una provincia. Por eso los saharauis eran ciudadanos españoles de pleno derecho y en los mayores núcleos de población ya se había comenzado a entregarles el DNI. En el pseudoparlamento del régimen anterior incluso habían tenido representación, aunque tan poco legitimada como la del resto de España. Con Franco a las puertas de la muerte, el entonces príncipe Juan Carlos y la élite política del régimen hicieron con el Sáhara lo que quisieron. Y lo que quisieron fue lavarse las manos. Firmaron los ilegales Acuerdos de Madrid, por los que se trazó una línea arbitraria y se regaló dos tercios del territorio a Marruecos y un tercio a Mauritania que más tarde invadió también Marruecos. El Derecho internacional no preveía ni prevé la enajenación de un territorio colonial sin consulta a su población, que obviamente es la única legitimada para aprobar un cambio de soberanía de su tierra.

Los órganos de descolonización de las Naciones Unidas (la Cuarta Comisión y el llamado "Comité de los Veinticuatro") siguen ocupándose desde 1975 del caso saharaui, porque, sencillamente, aquella inmensa chapuza fue ilegal, el territorio no ha sido descolonizado y España, por más que mire a otro lado, es a todos los efectos jurídico-internacionales la potencia administradora. Nuestra inmensa dejación de responsabilidades provocó el genocidio marroquí de una parte de la población, el exilio de otra parte a la vecina Argelia y el sometimiento del resto, junto con una transmigración masiva desde el Norte, destinada a diluir etnoculturalmente a los saharauis. Qué digna Lisboa, y qué indigno Madrid.

La ceguera política de los saharauis les llevó a organizarse en el típico movimiento socialista de los setenta, el Frente Popular de Liberación de Saguia el-Hamra y Río de Oro, o Frente Polisario. Este partido único en armas, apoyado por Argelia, Cuba y Yugoslavia, jamás ha sabido defender bien los intereses de la propia población exiliada y ocupada. Ya desde 1989, cuando cayó el Muro de Berlín, los saharauis deberían haber tenido la visión de romper amarras con el socialismo revolucionario a la cubana. En parte lo intentaron, pero las élites llevaban en su ADN las enseñanzas de las universidades castristas. Una lástima. El Polisario tiene razón, pero la pierde por sus amistades peligrosas. Una de ellas es Pablo Iglesias y su partido, que con su apoyo perjudican más que ayudan a la causa saharaui.

A España le conviene un Sáhara libre. Le conviene negociar con los saharauis y no con los marroquíes en materia pesquera. Le conviene la influencia geopolítica en la zona, mediante un Sáhara que ha mantenido hasta hoy el español como factor diferenciador y seña de identidad. Le conviene que frente a Canarias no haya un muro de la dictadura alauita, sino dos países distintos. Y, desde luego, le conviene recuperar la dignidad. Más de uno de nuestros estirados diplomáticos debería estudiar el caso de Timor y aprender de los portugueses. Lo que a España no le conviene es seguir teniendo una política exterior constantemente condicionada por el incómodo vecino del Sur: una monarquía absoluta susceptible de caer en cualquier momento en manos del islamismo rigorista, un país que abre o cierra el grifo de la inmigración y el de la droga según se lleve en cada momento mejor o peor con nuestro gobierno, un Estado oportunista que en plena pandemia ha movido pieza marcando soberanía sobre un sector marítimo adicional que perjudica nuestros intereses, y un país que a fecha de hoy mantiene aún intolerables reivindicaciones anexionistas contra más de ciento sesenta mil españoles de Ceuta y Melilla. Más nos valdría dejar en paz de una vez a los gibraltareños y concentrarnos en defender a nuestros conciudadanos ceutíes y melillenses.

La situación de "impasse" del contencioso saharaui es insostenible. Aquello no puede seguir igual, porque el armisticio sólo está consolidando la posición de una de las partes. Es muy comprensible que los saharauis hayan dicho que hasta aquí han llegado. Ahora queda saber si Sánchez optará por la dignidad a la portuguesa o por nuestro tradicional lavado de manos, no sea que se nos enfade el del piso de abajo.

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