Opinión

Un Abel entre cainitas

No es este Caballero -el alcalde de Vigo me refiero-, santo de mi devoción. Todavía no le he perdonado una que (no) me hizo cuando era ministro de Transportes ¡Tiempos aquellos!... Él solía llegar a Vigo en un pequeño bimotor de la Escuela Nacional de Aeronáutica (ENA) y nosotros saltábamos en paracaídas desde un diminuto Cessna-172 todos los fines de semana ¡Treintañera lozanía!... La cosa fue más o menos así: Apareció por el aeropuerto un inquilino del cercano Hospital Psiquiátrico Rebullón, se saltó todos los “no entry”, accedió a la plataforma de aeronaves, se subió a nuestro Cessna, le dio al contacto (con poco tacto) y ruuum… montó un desaguisado de cojones: alicortó otro aeroplano que estaba enfrente, despedazó la valla perimetral del recinto y en medio de una catástrofe de chispas, gritos y hélices melladas, se empotró en el estacionamiento de vehículos. ¡A un tris estuvo de salir volando! Entonces sí que hubiese sido la repera. Algún día se lo contaré. Salimos en los periódicos de medio mundo. Pero nos quedamos sin avión, sin deporte y sin remedio, porque por mucho que le rogamos a través de Manolo Onís –que en paz descanse- director a la sazón del aeropuerto, a fin de que el Organismo Autónomo Aeropuertos Nacionales asumiera su (i) responsabilidad en la custodia de la aeronave y nos resarciera de la pérdida, el ministro pasó de nosotros y nos mandó a pleitear con abogados. Vamos, nos mandó a donde lo que más o menos valía la avioneta... 50 mil pavos. Así fueran rubias de la época, una mierda. Sobre todo para AENA o como coño se llamara entonces el negociado de los aeropuertos estatales.

Hoy empero, parafraseando a la Pantoja, quiero confesar que me he enamorado de este alcalde. Tiene un par. Con razón no ha derribado –con muchísima razón además- la cruz del Castro. Y es que, ¿qué pasaría si echásemos abajo todas las obras del franquismo?, ¿qué, si fuésemos más allá, e hiciésemos tabla rasa con todos los vestigios arquitectónicos de quienes nos han subyugado: fenicios, romanos, cartagineses, árabes?, pues que, entre otras (des)gracias, nos alumbraríamos con velas, y que volveríamos poco más que a las pallozas… Al César lo que es del César. A Franco un corte de mangas, pero quédense sus obras. Y a Abel Caballero aplausos. Sonoros. También por lo del Bernardo Alfageme.

De entrada ahora ya no será la rotonda de Alcampo (empresa gabacha, por más señas) sino el pantalán de una hidalga evocación histórica. ¿Que es muy grande?, más grande es la Puerta de Alcalá. ¿Que no navega?, la otra tampoco cierra ni abre nada. ¿Que costó una pasta? y qué, ¿acaso esos cainitas que sienten por Vigo solo malquerencia protestaron, o lo harán, cuando humanicen sus calles o ensanchen sus aceras? ¿Acaso se revelaron cuando el plan “E” (de engaño) que puso en marcha el nunca bien denostado Zapatiestos?... Hermosos los caballos de la plaza de España. Hermoso el Parque de Castrelos. Hermoso el sireno. Y hermoso el barco en donde está. Ayer lo vi. Flamante, soberbio, fondeado en su perenne singladura urbana ¡Y qué demonios, ¿saben lo que les digo?, todos estos emblemas que hoy adornan la muy noble “Leal y Valerosa” fueron en su día criticados! Ánimo alcalde: que Vigo se escribe con uve, de vigor, y no con cuatro berridos histriónicos y cuatro pataletas de cuatro -que además pretenden vendérnoslos por liebres- pelagatos.

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