Opinión

Tarjeta roja

Llamadme demagogo. Llamadme analfabeto. Llamadme, si queréis, hijo sin padre. Pero no me comáis más el tarro con eso del interés general, de que si publicita las ciudades, de que si entretiene al personal, de que si se practica en Oriente, al Sur y en Occidente. Me la bufa. Al fútbol, a este fútbol, siempre le sacaré tarjeta roja.

No adoraré jamás a esos becerros de oro, de coz frenética, mugir zafio y hierra de tatuajes, en tanto un centenar de premios Nobel no alcancen a ganar en su conjunto la mitad que lo que ingresa un solo Messi o un Ronaldo. ¿Es que jamás fallan un penalti? Os pregunto. ¡Son humanos!, me diréis. Entiendo: ¿Y a qué piloto se le consentiría aterrizar un metro por debajo de la pista?, ¿y a qué cirujano cortar un milímetro por debajo de la vida? Por tanto son pura filfa.

No consentiré que ningún alcalde, gobierno o hacienda pública, intente convencerme de que hay que condonar las deudas, pagar la electricidad, regalar los terrenos, vigilar y mantener las sedes sociales de potentes compañías privadas, con apenas tres o cuatro docenas de empleados -que además no son fijos-, con el argumento de que las ciudades y los países se prestigian con sus equipos de fútbol. No es verdad. No, en tanto nadie me demuestre que Bilbao no se prestigia mucho más con su Guggenheim, Sevilla con sus saetas, Jerez con sus caballos, Vigo con su marisco, Ourense con sus Burgas, París con su torre Eiffel, Egipto con sus pirámides, Grecia con su Partenón, o mil cuatrocientos millones de chinos con su trabajo, o con su muralla, o con su arroz tres delicias. Ni siquiera la “canariña” puede con los carnavales en Brasil. Ni en Argentina, con el tango, el Boca Juniors.

Jamás aprenderé ninguna alineación, ni recordaré ningún resultado, ni alardearé de pertenecer a ningún equipo, en tanto no sepa nombrar con fluidez al menos once científicos, once filósofos, once músicos, pintores o próceres de la patria. Once universidades, once museos, once monumentos, once estrellas, once mares… ¡Y no hace falta once de cada si, al menos, los escribo sin erratas!

No me atraen FIFAS, ni UEFAS ni federaciones cuaternarias. Ni presidentes millonetis, ni directivos con puro, ni entrenadores petardos, ni televisiones con interés, ni ligas sin él o amañadas, ni peñas, ni broncas, ni pitos, ni flautas. Ni siquiera las guapas ilustradas a la caza y captura de los brutos en culots. Ni los telediarios a la de las audiencias. Ni los anuncios.

Yo amo el deporte. Y, si puedo, lo practico. Pero deporte no es merchandising, ni fichajes de escándalo, ni politiqueo de provincias. Deporte es, por ejemplo, el triatlón. Deporte es una trainera en medio del mar, con trece hombres y un patrón, donde cuando cae al agua un remo le sigue el remero para no hacer de tara. Deporte es lucha, soledad, superación. Deporte son todos los olímpicos: citius, altius, fortius. Deporte no es un negocio. Ni un circo: con balones, me admira más la habilidad de las morsas con el hocico. Deporte son endorfinas, no cláusulas de recisión. Deporte es placer por competir, por jugar, por ganar. No tan solo profesión. Y es que, solo como profesión, ni siquiera el más saludable de todos ellos, el sexo, tiene sentido. Aunque sus profesionales tengan un nombre.

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