Opinión

Starky y Hutch

Un día eres un rapaciño que está pasando las vacaciones de Semana Santa en casa de su abuela, en una aldea remota de la raya con Portugal. Diluvia, no se puede salir a jugar, claro. En la tele pasan Starsky & Hutch, en la tele portuguesa, decimos, porque la española no se ve, o se ve con hormigas... y contemplas asombrado como uno de los policías aquellos está en una lavandería callejera de esas que van con monedas, esperando que su ropa se lave y seque, envuelto en una bata de andar por casa... y ya de pequeño, como eres de aldea y desconfiado y taimado y supersticioso y descreído y preguntón y dubitativo y existencialista te preguntas cómo es posible que un policía no tenga casa con lavadora y/o madre o abuela o esposa o tía o hermana o suegra o cuñada o prima segunda o vecina del pueblo que se ocupe de hacer todas estas vueltas, porque los guardias civiles del puesto de tu aldea tienen aparentemente resuelto este tema.

Tu abuela no dice nada porque está haciendo una colcha de ganchillo mirando de raspallón la tele y con aire de considerar -con razón- que todo lo que pasan por la tele es una idiotez y una trapallada sen xeito.

El televisor es en color, aparatoso, de contrabando y recuerdas al taxista portugués que lo trajo a casa, en su enorme mercedes negro con capota verde. El tipo lo descargó, lo montó, lo puso a funcionar, tomó café y copa de aguardiente blanca, se llevó un abrigo de cuero de tu madre, ese que nunca se pone, se llevó una caja llena de periódicos viejos, se llevó un saco lleno de botellas de vidrio, se tomó otra copa, se llevó sin demasiado remilgo una caja de farias tal vez algo resecas, ¿cobró?, se despidió educado y ceremonioso y desapareció entre la niebla.

El viento sopla enloquecido; se mete por el tubo de la lareira y revuelve las brasas; poco a poco vas madurando la idea de no volver a ver jamás nada en televisión.

 Otro día tienes 57 años, vives en una villa deslumbrante a cincuenta kilómetros de tu aldea y apareces como si te hubiesen embrujado en una lavandería callejera de monedas... Llevas un cesto lleno de alfombras que no caben en la lavadora de tu casa y preguntas cómo va el tema este del lavado por monedas -poniendo cara de parvo- a una feligresa que está esperando que acabe su comanda de ropa en la lavadora vecina... La parroquiana te indica didácticamente qué y cómo y cuándo y dónde hay que meter X monedas, seleccionar programa... Comenta que es colombiana hija de coreano del sur y venezolana del Amazonas y nieta por parte de madre de belgas flamencos nacidos en Sudáfrica; su novio es de tu pueblo, por parte de abuelos...

No llueve apenas ni hay vendaval posible que remueva las brasas de la chimenea; no hay taxista portugués ni puesto de la Guardia Civil después de las dos y media; no hay quien beba aguardiente blanca sin un titubeo ni hay quien haga una colcha de ganchillo, no hay Starsky ni Hutch ni coche hortera con franja roja; no hay abuela ni hay rapaciño; hay tele, eso sí...

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