Opinión

Comemos petróleo

Las emisiones de gases de efecto invernadero no paran de subir. Año tras año, batimos el récord del año anterior y esta tendencia no parece que vaya a revertirse en el corto plazo a nivel mundial. Estamos fracasando en la transición energética, es un hecho indiscutible. Es cierto que algunos países ricos estamos consiguiendo reducir las emisiones, pero el resto del mundo va por otros derroteros y no comulgan con las ruedas de molino de la supremacía climática occidental.

Estamos fracasando por razones obvias, aunque no sean nada obvias para los que hacen planes desde las poltronas de los ministerios. Esos que pretenden que la realidad se amolde a sus hojas Excel y, cuando esto no sucede, culpan a cualquier cosa menos a su quimérica pretensión de cambiar el mundo a base de deseos. La razón fundamental del fracaso está en la crítica dependencia que nuestras sociedades tienen en los combustibles fósiles. Es tan intrincada que forma parte del ADN de la propia civilización tal y como la conocemos.

Las transiciones energéticas a lo largo de la historia han sido procesos espontáneos. Ningún gobierno tuvo que obligar a sus ciudadanos a pasar de quemar madera a quemar carbón. Simplemente lo hicieron porque el carbón era una mejor fuente energética. Del mismo modo, ningún gobierno tuvo que obligar a sus ciudadanos a cambiar el carro tirado por caballos por vehículo movidos por derivados del petróleo. Simplemente, la gasolina es una fuente energética mucho mejor que un buey o un caballo.

Ahora estamos en el caso contrario. Los gobiernos centrales pretenden hacernos transitar hacia un modelo energético basado en fuentes con densidades energéticas mucho menores. Fuentes que son, desde un punto de vista energético, peores. Por eso es tan difícil y por eso estamos fracasando. Si migrar a fuentes energéticas mejores (por ejemplo, del carbón al petróleo) fue un proceso que llevó décadas en los países ricos, imaginen lo que va a llevar esta transición que, además, nos tienen que obligar a llevarla a cabo. Para que se hagan una idea, en China todavía no han hecho la transición del carbón al petróleo, algo que en Estados Unidos se hizo hace más de 80 años ya.

El mundo es fósil. Más del 80% de la energía total consumida en el mundo es de origen fósil y ese porcentaje no ha cambiado apenas en los últimos 20 años, a pesar de los ingentes esfuerzos económicos que estamos llevando a cabo. La práctica totalidad de discusiones sobre la transición se restringen al ámbito de la producción de electricidad, pero obviamos que ésta es apenas un 20% del consumo de energía total de la humanidad. Los combustibles fósiles impregnan todas y cada una de las actividades humanas y, como muestra, les voy a poner el ejemplo de la comida que llega a nuestras mesas cada día.

¿Cómo creen ustedes que somos capaces de dar de comer a los casi 8.000 millones de seres humanos que habitan nuestro planeta? ¿Cómo creen que podemos dar de comer al triple de habitantes que hace 70 años y, además, utilizar para ello una cantidad de tierra que apenas ha crecido? Gracias a los combustibles fósiles. El aumento de la productividad agrícola se asienta en mejoras tecnológicas (tractores, arados, máquinas automáticas, etc.), mejoras en la irrigación y mejoras en la producción de fertilizantes. Para todo ello hacen falta combustibles fósiles.

Piensen en los tomates producidos en los mares de plástico de Almería. ¿De dónde sale ese plástico? Del petróleo. ¿De dónde sale el plástico para todas las tuberías de riego?  Del petróleo. ¿Cómo se producen los metales para la fabricación de maquinaria para trabajar en el campo? Con carbón. ¿Y las bombas que bombean el agua para el regadío, cómo funcionan? Con petróleo. ¿Y el nitrógeno necesario para los fertilizantes sin los cuales sería imposible sacar esas cosechas adelante, cómo se produce? A partir de combustibles fósiles. ¿Y los herbicidas, fungicidas e insecticidas de dónde salen? De los combustibles fósiles. Y una vez que los tomates se han cosechado, ¿cómo se llevan hasta las ciudades? En camiones que se mueven con diésel. ¿Y cómo se mantienen refrigerados en los supermercados? Con electricidad que, en una gran parte del mundo, se produce a partir de carbón.

Vaclav Smil, uno de los grandes gurús energéticos, nos explica en uno de sus libros que un kilo de tomates de Almería vendidos en un supermercado de Estocolmo lleva implícitamente el consumo de 0,65 litros de petróleo. Han leído bien, para producir y llevar un kilo de tomates a Suecia, hay que gastarse casi tres cuartos de litro de petróleo. Algo en lo que no suelen reflexionar los veganos del mundo o los amantes del té matcha porque probablemente desconozcan que la producción de muchas hortalizas requiere hasta 200 kilos de nitrógeno por hectárea. Nitrógeno que se obtiene a partir de combustibles fósiles.

Estamos haciendo muchos avances en la producción de electricidad a partir de fuentes no emisoras de CO2. Pero no hemos, ni siquiera, empezado a afrontar el enorme reto de descarbonizar otros ámbitos de nuestras sociedades. La producción de alimentos, el transporte a gran escala, multitud de procesos industriales o la minería son algunos de los aspectos para los que las tecnologías actuales no son capaces de dar respuesta. Pretender que, para el año 2050, nuestra sociedad va a tener resueltos todos estos problemas y ser “net-zero” es algo que únicamente es plausible en algunas mentes irracionales. No va a ser posible, por mucho que lo acuerden en sus lujosas cumbres internacionales o lo escriban en el BOE. Nos querrán convencer de ello y nos llevarán a la ruina en el intento, pero vamos a fracasar, no les quepa duda.

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