Opinión

La huelga

La cultura occidental de origen greco-latino ha considerado durante mucho tiempo al trabajo como una tarea degradante e indigna del ciudadano libre y de las clases dominantes. El trabajo de la tierra, inicialmente realizado en Roma por un campesinado de pequeños propietarios libres, evolucionará tan rápidamente que, ya en el año 135 antes de Cristo, Tiberio Graco, al atravesar Etruria para ir de Roma a Numancia, no verá más que un país desierto, en el que trabajaban como labradores y pastores sólo esclavos extranjeros y bárbaros... Esta situación se perpetuará en Europa occidental durante toda la Edad Media e incluso más tarde. Por su parte, la revolución francesa de 1789 marcará una ruptura brutal. Con ella se consagra, desde luego, el advenimiento de una época donde la principal virtud será el trabajo y el espíritu de empresa. Sin embargo, el trabajo industrial no comenzará a adquirir el reconocimiento de su autonomía y de su dignidad, sino a principios del siglo XX.


En realidad, esta evolución es contemporánea del maquinismo industrial, sin que exista duda sobre la relación de ambos fenómenos; hay una estrecha relación entre las sucesivas revoluciones industriales, desde la aparición de la máquina de vapor a finales del siglo XVIII y las transformaciones de nuestras ideas sobre el trabajo. Diversos factores han intervenido claramente en este proceso, pero el más importante es ciertamente la considerable reducción, en intensidad y duración, del esfuerzo humano, que se ha hecho así posible por la máquina.


Esta evolución no ha terminado; y sin embargo, con el nacimiento -casi a nuestros ojos- de una nueva ‘revolución’ industrial, la de automoción e informática, un nuevo giro ha comenzado últimamente a esbozarse. Surgen, quiérase o no, algunos problemas en las sociedades más evolucionadas técnicamente: el trabajo pierde su primacía absoluta en provecho del tiempo libre y del ocio, cuyo papel parece que seguirá creciendo todavía más en la humanidad del mañana.


Con todo ello, los conflictos colectivos de trabajo siguen produciéndose, como siempre, a pesar de la evolución a que nos hemos venido refiriendo anteriormente.


Concretando los conflictos laborales a nuestro país, tenemos que hablar necesariamente del Decreto-Ley 5/1975, de 22 de mayo, por cuanto se emplea, por primera vez, en nuestra legislación, el concepto de huelga como recurso para solucionar un conflicto colectivo. Realmente, estamos ante una Ley en la que se reconoce oficialmente la realidad de ese fenómeno social que denominamos huelga, y que es tan antigua como el trabajo mismo.


Albert Thomas, político francés, publicó una interesante ‘Historia anecdótica del Trabajo’, libro menos conocido de lo que debiera y en el que hace referencia a unas huelgas que, tanto por su antigüedad, como por su trascendencia, merecen ser recogidas en la historia de este fenómeno social. Fue una de ellas la que promovió la rebelión de Espartaco, que tuvo lugar el año 74 antes de Cristo, cuando Roma se adueñaba plenamente del Mediterréneo y su poder no tenía límites. Los ciudadanos romanos, en su obsesión de lujo, tenían para su comodidad un verdadero ejército de esclavos, que utilizaban en las labores domésticas y agrícolas: Espartaco, esclavo tracio, hombre de gran vigor e inteligencia, intentó crear una ciudad nueva, un nuevo Estado de hombres y mujeres libres, y Roma le dio la batalla, venciendo, no sin enormes esfuerzos a los cuarenta mil hombres que capitaneaba aquél. Otra fue la que va implícita en la rebelión de los siervos de Normandía, acaecida a fines del siglo X, debida a la inhumana crueldad con que eran tratados por sus señores. Los ejércitos del duque Ricardo llevaron a cabo una violenta represión, borrando a sangre y fuego aquellos propósitos liberadores de los campesinos normandos. La tercera es la célebre huelga de tipógrafos de Lyon, ocurrida en el siglo XVI, los cuales necesitaban trabajar dieciséis o diecisiete horas diarias, a cambio de un jornal mísero. No obstante, el rey de Francia no pudo tolerar rebeliones que alteraran el orden, aun después de reconocer la justicia de sus pretensiones.


Es en este momento, sin duda, cuando se inicia la teoría que ha de prevalecer hasta nuestra época de confundir la huelga con sus resultados; es decir, de involucrar un derecho puro de asociación con una cuestión de orden público. Caso curioso. Una de las huelgas más antiguas e interesantes habidas en España parece que fue la promovida en El Escorial, en 1577, por los obreros que construían el Monasterio, con motivo de la prisión de un cantero vizcaíno y tres compañeros suyos, decretada por el primer alcalde de la villa.


Y, para concluir, efectivamente en nuestro país está reconocido, como debe ser, el derecho de huelga; pero previamente, para hacer uso de ese derecho, han de ser agotados todos los trámites, que en el proceso de planteamiento del conflicto, del que traería origen, se han agotado sin solución satisfactoria. La huelga por sí misma no resuelve el conflicto del trabajo.


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