Opinión

Sindicalismo

Sin duda, la sociedad actual sería difícilmente inteligible sin la presencia del sindicalismo democrático. A nivel mundial, los movimientos de los trabajadores han tenido siempre una decisiva importancia en la configuración del progreso. Muy particularmente, en lo que atañe a la virtualidad de las reivindicaciones de los funcionarios y empleados en general, de cuya entidad, indudablemente, nadie puede prescindir. En este sentido debe entenderse toda la dialéctica de participación y autogestión, tema sobre el que gira buena parte de la política social contenida en los distintos programas, políticamente, de la Unión Europea. Ahora bien: convendría, acaso, preguntarse por el sentido final del sindicalismo, por su sustancia y su personalidad definitoria. Tal vez no fuese ocioso recordar aquella frase de Lenin, en la que se afirmaba que los trabajadores de todas clases, espontáneamente, no se hacían marxistas, sino sindicalistas de clase. Y que el marxismo había de serles inyectado desde fuera del mundo laboral por intelectuales pertenecientes a la clase media precisamente.


Las organizaciones sindicales de clase residen, realmente, en la eficacia inmediata de sus reivindicaciones profesionales. Consecuentemente, el sindicalismo es, o debe ser, el territorio menos propicio a la fabu lación y a la utopía, en tal medida, que todo aquello que disminuya sus actividades de acción próxima sobre la realidad económico-social en que se proyecte equivale a rebajar su personalidad y su contextura.


Y concretándonos a nuestro sistema, podemos sostener que el sindicalismo español, quiérase o no, en su mayoría es político, y lo es, sí, en tanto en cuanto compone unas de las vías sustantivas de representación democrática y de participación El sindicalismo democrático debe ser la gestión eficaz, inmediata, ceñida a la realidad de lo posible, en que se mueven los condicionamientos reales del mundo laboral social, indirectamente, en la estructura del Estado, habiendo superado, desde la instauración de la democracia en nuestro país, el llamado sindicato vertical de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, que durante tantos años estuvo vigente en el régimen anterior, y que, en realidad, era una mala copia de la organización sindical de la Italia de Benito Mussolini.


En fin, era un verdadero sindicato domado, constituyendo, por consiguiente, un tinglado burocrático político-fascista donde no había libertad de acción de ninguna clase.


Por consiguiente, el sindicalismo democrático debe ser, desde luego, la gestión eficaz, inmediata, ceñida a la realidad de lo posible, en que se mueven los condicionamientos reales del mundo laboral, sin ninguna excepción. Tiene que ver, de suyo, con la promoción de lo realizable, y debe manifestarse en torno a las peticiones y reivindicaciones, debidamente negociadas, que traten de elevar día a día, en el contexto de una justicia social progresiva y exigible, el nivel y la calidad de vida de los trabajadores de todas clases de nuestro país.


El sindicalismo constituye, pues, una de las instituciones más importantes de la España social y democrática. Una de las formas más representativas consiste, sin lugar a dudas, en la libre sindicación de los trabajadores. Por eso, mucho tienen que ganar los hombres y mujeres del trabajo en todos los terrenos, porque la sumisión impuesta y sufrida es una forma moderna de esclavitud por abuso de poder que solamente se tolera en regímenes que no reconocen las libertades básicas. Y de eso, por desgracia sabemos un poco...


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