Opinión

La altura de Pedro

Pedro Sánchez es un hombre alto, 1,90 metros, bastante por encima de la media española, y su carácter está marcados por esa característica que le hace sentir superior; obsérvese como camina contoneándose, como los exhibicionistas de playa. No es persona de diálogo, sino de imposiciones, aunque para conseguir apoyos externos se pliegue a los deseos de otros más pequeños, como Albert Rivera; y hará igual si lo ve necesario con Pablo Manuel Iglesias. Jugó al baloncesto en el Estudiantes, y aunque fue por poco tiempo, adquirió allí el carácter ambicioso y sin medida del que tiene que ganar, o marcharse fracasado y cambiar de actividad, como debió hacer él.

Ahora, quien fue un obediente diputado en la segunda legislatura de Zapatero, 2008-finales de 2011, dice haber errado al participar en decisiones indeseables. Fue un entusiasta defensor de la enmienda zapaterista al artículo 135 de la Constitución que impone el equilibrio presupuestario, consejero de Cajamadrid-Bankia cuando se producían allí todos los desmanes, y hasta consiguió una ventajista hipoteca reservada a los directivos de la entidad. Pero actúa como si esas historias no hubieran ocurrido. Igual que ahora quiere que se olvide que le ordenó a los eurodiputados socialistas españoles que votaran en contra de Jean-Claude Juncker durante la elección del actual presidente de la Comisión Europea, frente al criterio de los demás socialistas de la Unión. Trata de halagarlo ahora, pero poco éxito: el luxemburgués lo detesta. Mientras exigía primarias en otros partidos, destituía a quien había ganado las primarias en Madrid, Tomás Gómez, otro hombre que rivalizaba en altura con él, igual que Mariano Rajoy.

Su agresividad hacia el primer ministro en funciones obedece a que no puede mirarlo por encima del hombre, como a los demás: también mide 1,90.

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