Opinión

Abusar de la palabra

Como todo aquello de lo que se abusa, las palabras también pierden propiedades si se utilizan en exceso. Se degradan y se empequeñecen a medida que se abusa de su empleo. Se desmigan como le pasó a la añorada Rocío Jurado a la que se le rompió el amor de tanto usarlo. De hecho, cuando era niño, solía jugar a un juego tan demostrativo como peligroso. Tomaba una palabra cualquiera y la repetía cien o doscientas veces. Para entonces, el término se había quedado completamente desnudo de significación y se había convertido en un agente lejano e incluso extraño.

Dice el veterano escritor, catedrático y periodista ocasional Claudio Magris, que no va a llamar fascista a Donald Trump porque ahora la palabra “fascista” se ha convertido en una estupidez y tiene razón. Magris, y en general las viejas generaciones de italianos que nacieron con la guerra, saben de verdad de la buena y de primera mano lo que significa ser un fascista y por eso se cuida muy mucho de utilizar el término de una manera inapropiada aunque, conociendo su trayectoria y la hondura de su pensamientos, estoy seguro que Trump le pone del hígado como nos pone a casi todos los que aspiramos a respetar y ser respetados.

Hace mucho que la palabra “fascista” se ha degradado porque se utiliza sin ton ni son, sin equidad y probablemente sin justicia. El drama que encierra un término tan definitivo ha claudicado ante un empleo pueril, y su amarga hondura ha perdido autoridad por el abuso al que ha sido sometido ahora que se aplica a cualquier cosa. A cualquiera le pueden llamar ahora fascista de palabra o por escrito por el mero hecho de no mostrar acuerdo con un determinado planteamiento que se genera desde un solo lado, y esa profusión y esa permanente aplicación han acabado por empobrecerlo e inutilizarlo. El fascismo es una cosa muy seria, muy sombría, muy terrible y de un significado trágico con el que ni se puede ni se debe jugar porque hay horror y sufrimiento de por medio. Hay dolor, sangre y muerte en ello, de modo que sería aconsejable repasar la historia antes de ponerlo en boca. Magris, nacido en 1939, profesor en Triste, doctor Honoris Causa en la Complutense y premio Príncipe de Asturias de Literatura 2004 sabe de lo que habla y lo suyo es que le hiciéramos caso.

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