Opinión

Las barbas del vecino

El triunfo por goleada de la ultraderecha en las recientes elecciones al parlamento italiano ofrecen no solo munición suficiente para que Europa se enfrente a sus miedos seculares, sino  argumentos sobrados para que sus dirigentes políticos, sus instituciones, sus sociedades, sus poderes y sus medios de comunicación se avengan a reflexionar profundamente sobre la naturaleza de un fenómeno que se está extendiendo por toda la geografía continental y al que se debe estudiar concienzudamente primero, para tratar de aquietarlo después con las armas propias del sentido común, la transigencia y el equilibrio, que tanta falta le están haciendo en estos momentos de zozobra a un amplio abanico de países que componen y alimentan la cada vez más dudosa y frágil unidad europea.

El fenómeno no es otro que la radicalización, una inquietante manera de proceder hija del descontento. No sería mala cosa que en los centros de pensamiento continentales que debe haberlos, se planteen sesiones de análisis de una situación creciente cuya gravedad se manifiesta cada día pero cuya génesis debería determinarse y fijarse para proceder a su tratamiento. Yo personalmente sospecho que si bien existe una semilla social de desapego y descontento que incita a la recreación de propuestas políticas de ruptura, existe una gran culpa de esta deriva en el errático comportamiento de los partidos políticos tradicionales a los que su propia incompetencia ha abierto la puerta a la invasión de fracciones sectarias por un lado y por el otro del espectro, capaces de desequilibrar la sensatez del sistema.

Hace tiempo que el desastre de los partidos políticos tradicionales ha dejado Italia en manos de formaciones fruto de la pasión y el momento cuya aportación a la estabilidad del país es cada vez más dudosa. Sin embargo, este escenario político de permanente bamboleo lo que ha generado ha sido una respuesta extrema. Italia no tiene a estas alturas de siglo un reparto político equilibrado y serio ni un parlamento homogéneo sino un revoltijo permanente de formaciones de ida y vuelta arracimadas en coaliciones que ni son útiles ni generan confianza en el electorado. La respuesta es Meloni, Berlusconi y la ultraderecha. El inquietante panorama de Italia debería servirnos a los demás para remojar nuestras barbas. Si no volvemos a la sensatez y al respeto institucional corremos peligro de vernos en lo mismo. 

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