Opinión

Buenas y malas enseñanzas

Si nos atenemos al  expediente judicial de Pedro Pacheco -alcalde de Jerez de la Frontera por el Partido Andalucista entre 1979 y 2003- estamos ante el político más corrupto de España. Seguramente no es así, porque el lenguaje procesal tiende a magnificar algunos hechos y minimizar otros de modo que el ciudadano de a pie no se entera de nada. Pero es cierto que su currículo es tan extenso y rezuma tanta golfería que no parece otra cosa que se haya pasado su vida estafando y prevaricando. De él es la famosa frase “la Justicia es un cachondeo”, y a la vista de sus repetidas condenas por prevaricación, malversación de fondos públicos, falsedad documental y otras muchas actividades de parecido cariz que le han llevado a prisión y le han acarreado diferentes inhabilitaciones, cumple sospechar que cada cual juzga la feria por cómo le va en ella.

Pacheco –que también ha sido parlamentario andaluz al tiempo que alcalde- disfruta hoy de tercer grado pero vive pendiente de un recurso que le libre de una nueva inhabilitación, situación en la que está inmerso con ideas y venidas del trullo a la calle y de la calle al trullo desde 2003 en que se vio en la obligación de abandonar sus cargos políticos por imposición directa de la judicatura. Pues bien, es este personaje el que, a raíz de la sentencia que ha  condenado a prisión al ex presidente de Andalucía José Antonio Griñán, ha saltado a las páginas de los periódicos para ofrecer al penado su asesoramiento con que aminorar el impacto que representa su ingreso en prisión, una situación traumática que Pacheco ha vivido en más de una ocasión y de la que asegura se puede salir airoso. Pacheco tiene hoy 72 años, y lleva uno esperando que el Gobierno se manifieste sobre su solicitado indulto para –según manifiestan algunas fuentes próximas a su persona- retornar a la política, ¡ay madre!

El ofrecimiento del ex alcalde jerezano es, desde luego, muy loable pero no deja de mostrar una escena tragicómica en la que un golfo enseña a sobrevivir a otro golfo y la cosa queda entre dos golfos que se entienden y saben de qué va la cosa. Lo ideal hubiera sido que ninguno de los dos hubiera utilizado el poder que otorgan las urnas, su alta representación, su situación de privilegio y la confianza de sus votantes para meter las manos en la caja. Se hubieran ahorrado este trago y el erario público, que somos todos, una pila de millones.

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