Opinión

El cambio de los cambios

De entre las muchas cosas sencillas que han cambiado radicalmente al paso de los últimos tiempos, yo destacaría tres o cuatro que me parecen sumamente explícitas para ejemplarizar las profundas mutaciones que se han producido desde que yo era joven hasta la fecha en que, para mi desgracia, soy viejo. Una de ellas ha sido el baloncesto. Cuando era mocito y tenía una talla por encima del metro ochenta y cinco, y como consecuencia de mi pertenencia a un colegio que lo había apostado todo por esta modalidad, también yo me dediqué al baloncesto con muy desigual fortuna eso es cierto. Al margen de mis lamentables resultados en su práctica, yo jugué un basket que nada tenía que ver con el actual, comenzando por la implantación de los tiros de tres. Hoy, casi cuatro centímetros más bajo por efecto de la edad, asisto a otro deporte totalmente diferente al que se hacía en mi época, que solo se parece al que yo jugué en las dimensiones de la cancha y la altura de los cestos. Nada más.

También ha variado la manera de tocar el bajo, aunque para los oídos poco avezados en el arte de escuchar música que son la mayoría, es un instrumento que pasa desapercibido. O bien no se tiene en cuenta o bien simplemente no se escucha. Paradójicamente, tener un buen bajista es el equivalente a tener un buen portero así que, mira por dónde, Thibaut Curtois y Paul McCartney tiene cosas en común, muchas más de lo que la gente piensa. Tras un paso intermedio ochentero que puso a los intérpretes de bajo a golpear las cuerdas con el pulgar o tañerlas a pellizcos, el bajo es hoy el exacto contador del ritmo en una banda y aunque no se le tenga en cuenta cuando está presente, se le añora con desesperación cuando está ausente.

Puestos a reflexionar sobre los cambios manifiestos en cuestiones en las que casi nadie piensa, añadiría yo la elaboración de hamburguesas, un simple bocadillo de carne picada que adquiere rango de sublime en estos evolucionados y modernos tratamientos. Con la llegada del modelo “delivery”, los grandes chefs se han afanado en construir hamburguesas de diseño, y aunque yo tengo un paladar muy bruto para distinguir sabores y auscultar matices gastronómicos, algo me indica que las hamburguesas finas que se llevan ahora ya no consisten en una albóndiga grande entre dos chapas de pan y una lonja de queso intermedio. Las cosas como son. Aunque las cobren a veinte euros.

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