Opinión

Esos candidatos tan insensatos

El candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos, ese sujeto que parece haberse colocado sobre la cabeza una marta cibelina, ha dicho tantos disparates a lo largo de la campaña que él solo parece haberse descalificado como aspirante a la Casa Blanca. Donald Trump no ha medido bien el pernicioso efecto de sus desatinos, convencido probablemente de su superioridad y tan pagado de sí mismo que se veía en condiciones de soltar cualquier aberración sin que su parlamento le perjudicara. Afortunadamente parece que se ha equivocado y que el delirio en el que vive le va a pasar factura y las encuestas que le afectan han sufrido un giro muy apreciable y le han colocado muy por detrás de su rival demócrata. Su rival, la señora Clinton, tampoco tiene lo que se dice metido al público en el bolsillo y hasta sus propios votantes la consideran prepotente, egoísta, inaguantable y falsa. Pero un país que en esto se debate entre susto y muerte prefiere el susto antes de colocar a un loco de atar, cerril e indocumentado en el asiento donde se aprieta el botón de los misiles. Se lo agradeceremos todos.

Es curioso cómo son estos políticos intransigentes e imposibles de domesticar a los que sus actuaciones solo les preocupan comparándolas consigo mismo sin tener en cuenta el daño que le causan a su partido e incluso a su propio electorado. Es la división en la que milita este insensato de Artur Mas cuya cadena de necedades ha ido descoyuntando su partido hasta dejarlo tan irreconocible que ni siquiera conserva ya el nombre con el que fue bautizado allá por la Transición. En año olímpico, Mas ha batido todos los récords de disparates posibles y algún día la Historia le colocará en el sitio que le corresponde. Para ir haciendo memoria no es malo recordar que de aquella Convergencia y Unió que le entregaron en prenda sus mayores no quedan ni los rabos. Rompió por la mitad el partido, condenó al anonimato a los que fueron sus socios leales, comenzó a perder votos y elecciones, desarticuló por completo lo poco que quedaba, propició que formaciones apócrifas le dejaran sin presidencia, obligó a cambiarle el nombre a su formación y finalmente ha conseguido que, por primera vez desde su entrada en Cortes, no pueda tener grupo parlamentario propio ni en el Congreso ni en el Senado. Lo más curioso es que ahí sigue mazando como si nada.

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