Opinión

Comienza el cole

El comienzo de curso nos ha cogido a todos con los rulos puestos y más a los gobernantes quienes, además de disponer un paquete de modificaciones que a la mayor parte de los colectivos implicados en los campos de la enseñanza se les antojan demenciales –la nueva legislación en la materia elimina por ejemplo las pruebas de recuperación en septiembre y además de equiparar por la peana a los buenos estudiantes y a los malos obliga a la mayor parte de las academias al cierre por falta de actividad en verano- es un principio de curso que no tiene resueltos varios aspectos de la intendencia escolar para que las familias no se dejen el sueldo íntegro en los pertrechos del cole. Un cálculo por lo bajo augura que cada niño le va a costar a sus padres unos cuatrocientos euros en este inicio del periodo escolar más caro de la historia. Contemplaba yo el rostro compungido de una madre de cuatro hijos que se preguntaba ante las cámaras de televisión cómo se las iba a arreglar para completar la impedimenta de sus niños sin tener que acabar pidiendo limosna en la esquina de su casa.

Es un principio de curso inquietante y extraño en el que, naturalmente y para demostrar que son diferentes a sus demás compañeros a lo largo y ancho del país, los niños catalanes han iniciado el curso una semana antes que el resto, seguramente y simplemente porque son catalanes y hay que mostrar a las claras las singularidades, esas que siempre proclaman y que se han inventado para dar cuerpo a la causa. Lo hacen sin que sus responsables políticos acepten las decisiones de los tribunales sobre la lengua en la que se administra la enseñanza y eliminando por completo y por tanto el castellano del programa. Pero además es que es un inicio de curso teledirigido por la clase política y en especial por la herencia dejada en prenda a estas alturas por la señora Celaá que en estos momentos ejerce como embajadora de España en el Vaticano.

Celaá ha impuesto en su tratamiento de la enseñanza una filosofía angélica que coloca como objetivo principal no herir ni lesionar la autoestima del alumno así que ha resuelto como pieza maestra de su sistema el chocolate para todos. No hay repetidores, no hay exámenes de septiembre, no hay cates, no hay exigencia, no hay valoración del trabajo y del esfuerzo y todo vale. El resultado, como decía un profesor estos días en un libro recién publicado, es que los buenos estudiantes se van a preguntar para qué estudian si el final es igual para todos. Un disparate, vamos.

Te puede interesar