Opinión

El ocaso de la caña

Dicen los eruditos que la tradicional caña de cerveza está de capa caída. La más indiscutible medida cervecera de nuestro universo social, epicentro de las tertulias amigas y reina de los bares, –qué lugares según el manifiesto firmado en plenitud de su acento retrechero por el admirado Jaime Urrutia- parece perder pie en el catálogo de gustos nacionales y ha descendido en la preferencia de la clientela en más de un 7% que es una barbaridad. No será por mí desde luego, un veterano con guardias en cien mil garitas que considera la caña de cerveza bien tirada y bien fresquita como patrimonio cultural y lo sitúa en un puesto de podio entre sus más queridas preferencias, sobre todo si se acompaña de boquerones en vinagre con patatas fritas.

Cuentan las enciclopedias que la caña se llama así por el antiguo sistema que se utilizaba para servirla en aquellos hermosos grifos de palanca con copa de plata coronada frecuentemente por un dios griego. El serpentín conectaba con un tubo largo y recto que concluía en el caño de salida y cada llenado del tubo equivalía a los 150 mililitros que caben en el vaso cilíndrico en el que se sirve de siempre. El caso es que los expertos no se ponen de acuerdo a la hora de catalogar los motivos que han producido este sorprendente descenso, pero muchos lo atribuyen al inicio de nuevos hábitos de consumo y otras formas de comportamiento más moderno. Las medidas de cerveza que se suelen servir a estas alturas de siglo permiten paradójicamente más consumo de cerveza y por tanto son servicios más caros, situación que impide echarle la culpa a la crisis. Por tanto, habremos de suponer que la caña está pasando de moda y su reinado en los bares de toda la vida va a sustituirse por copas redondas, con más espuma y más líquido. Tampoco las tapas son ya las mismas y ahora se imponen las tostas de untar y los aperitivos de diseño.

A mí en esta cuestión me pasa lo que me pasa esta temporada con la camiseta del Atleti, que me da risa y me perece ridícula en comparación con las franjas rojiblancas de toda la vida. Yo no soy colchonero –dios me libre- pero si lo fuera, estaría reñido con esta directiva que permite semejante adefesio. Seguro que también han pasado de consumir cañas y en vez de tapas prefieren tostas de paté mi cuit. Allá ellos.

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