Opinión

La foto de la semana

La otra foto de la semana que diría un mediático, la ha protagonizado este Pedro Sánchez nuestro de cada día al que lo mismo le da bañarse en invierno que subir en globo con tal de amarrar la cabra. En esta ocasión, Sánchez se ha liado la manta a la cabeza, ha hecho el petate y se ha ido a la Feria de Abril y la foto de la semana nos lo acaba de mostrar en la portada de algunos periódicos haciéndole cucamonas al hijo de Susana Díaz quien también pone cara de imponderable en la mencionada instantánea, vestida de faralaes en sus distintos tonos de verde como corresponde a su condición de presidenta de Andalucía donde el verde tiene un color especial como le pasa a Sevilla.

Pedro tiene la sonrisa descolorida y como pegada en la cara a modo de calcomanía, y se muestra tan desubicado en esta situación que no es la suya como un esquimal en la Maestranza, pero las cosas del querer es lo que tienen y el querer de Sánchez es llegar a la Moncloa por lo civil o por lo penal. Por eso remeda en la estampa alguna de las referencias más afortunadas que Joaquín Sabina ha imaginado para las letras de sus canciones y guarda el aire pasmado y patoso de un belga por soleares. Una vez fui en Berlín a un garito de salsa y me entretuve observando desde la barra y con gesto crítico a las parejas de sesudos alemanes que se empeñaban en mover desmañadamente las caderas al ritmo de Juan Luis Guerra. Pedro Sánchez en la foto me transmitió, se lo juro, idénticas emociones.

Las fotos son muy traidoras al paso de los años y no hay ejercicio más doloroso aunque también más necesario que repasar fotografías de años pretéritos. Las propias son demoledoras porque a uno le muestran joven, delgado y guapo, con el cabello brillante y negro como un teléfono de los antiguos pegados a la pared. Las de los demás, como le va a pasar a ésta, amarillean, adquieren patina antigua y dejan aflorar miserias y compromisos escondidos tras las poses y las miradas. La de Pedro Sánchez es en este caso casi mendicante y propone una interpretación formulada desde la vertiente del espectador, y otra de sí mismo. La del espectador puede estar teñida de comprensión y consuelo si es que llega a comprender qué fuerza mayor impele a Pedro Sánchez a hacerle monerías al niño de aquella que quiere verle muerto. La propia es aún peor: “Pero qué coño hago yo aquí, maldita sea” se preguntará el hombre. Y no sabrá qué contestar.

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