Opinión

Líderes populistas

Hace mucho tiempo que visité la República Argentina pero me recuerdo a mí mismo pateando las calles de Buenos Aires un dorado día de finales de invierno ya bien avanzado el mes de septiembre. Recuerdo también que el huésped de la Casa Rosada por cuyos aledaños estuve paseando antes de bajar hasta la orilla del río, -yo creí que aquello de llamarle rosada era una licencia poética pero comprobé boquiabierto que era cierto- era el innombrable Menem cuyo apellido los argentinos jamás pronunciaban porque todos ellos creían que al hacerlo atraerían sobre sí y sus familias un número prácticamente infinito de desgracias. Menem era un tipo al que la mayor parte de sus conciudadanos no podía ver ni en pintura y por las calles se decían de él verdaderas barbaridades.

Un matrimonio porteño me invitó gentilmente a cenar en su casa y yo traté de saber qué concepto de la política tenían ellos a la vista de las maldiciones y blasfemias que les inspiraba el jefe de su Gobierno, y así supe las notables diferencias que en esa materia nos separan de los latinoamericanos en general y el grado superlativo de vanidad y populismo que recubre toda actividad política y parlamentaria en los países que nos son tan próximos. Mis anfitriones, una pareja culta, sensata, seria y viajada comenzó por reconocerme que era imposible determinar con propiedad el ideario doctrinal de movimientos como el justicialismo, entre otras cosas porque la ideología del movimiento se inspiraba directamente en el pensamiento del general Perón y su señora dos personajes tan disparatados, inconsecuentes, cínicos y atrabiliarios, que ellos mismos -que era sus votantes- aceptaban sin el más mínimo esfuerzo que los foráneos no pudiéramos comprenderlo porque tampoco ellos eran capaces de desentrañar el fenómeno en toda su expresión.

Hoy, la actividad política latinoamericana asoma en dos frentes y para nosotros en ambos se presentan aspectos y situaciones tan incoherentes y anárquicas que no podemos entender por mucho que lo intentemos. Por un lado, el hecho de que Brasil discuta la destitución de su presidenta acusada de corrupción y que los que tratan de desposeerla sean tan corruptos a más que ella misma. Por otro lado, el caos de Venezuela con Maduro congestionado persiguiendo golpistas. Por mucho que los españoles tengamos aquí un mal espectáculo político, los de allá no superan de largo siempre.

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