Opinión

Los muñecos rusos


Con el marchamo de  insuperable villanía al que Rusia se ha hecho acreedora en estos tiempos convulsos, un siglo aproximado después de que se pusiera fin a la I Guerra Mundial de la que los rusos acabaron apartándose para hacer su propia revolución, a uno no le extraña que la prensa internacional proponga a Putin y su gobierno como la banda de indeseable más grande en el mundo conocido. Como con Google map ya no hay rincón que se escape, este viejo agente del KGB es el criminal por excelencia de un planeta que ya no tiene zonas por explorar. Lo bueno es que no hay tratamiento desmedido para este infame y más ahora que se ha muerto Gorbachov, el singular personaje que probablemente sin desearlo o sin calibrar hasta el fondo el alcance de sus decisiones, se cargó la Unión Soviética  con un par de arrebatos gobernantes. Putin ya ha dicho que lo siente mucho pero que no va a acudir a los funerales del antiguo premier fallecido porque está muy acogotado de trabajo y no está su tiempo para perderlo en sentimentalismos y en zarandajas.

Gorbachov ha fallecido en el mismo hospital en el que estaba internado un sujeto de 67 años llamado Ravil Magalov, que era presidente del gigante petrolero Lukoil y uno de los hombres más poderosos del país hasta hace unos días. El caso es que este pobre señor cometió la imprudencia de opinar que la invasión de Ucrania debía cesar porque era  una guerra inoportuna. A partir de ahí tuvo un infarto de miocardio, después le fue diagnosticada una depresión, de inmediato lo internaron en el Hospital Clínico Central, lo inflaron a tranquilizantes y ayer se precipitó a la calle desde la habitación que ocupaba en el mencionado centro y se hizo añicos contra la calle. Moraleja: no se te ocurra llevarle la contraria a Putin que ya ha perdido la cuenta de los disidentes que se ha cargado. A este pobre hombre simplemente lo ha tirado por una ventana, pero los que le han precedido murieron envenenados, en accidente  de coche, se suicidaron o desaparecieron sin más.

Gorbachov fue un político serio, un dirigente digno y un honorable personaje al que con todo merecimiento le fue  concedido el premio Nobel de la Paz. Con una particularidad que suele acompañar a los grandes benefactores del género humano. Era mucho más popular fuera de su país que dentro. Justo al contrario que Putin, ya ve usted. Putin es un padrecito en su país y un hijo de mala madre en casi todos los demás.

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