Opinión

Oda a la alcachofa

Lo digo en clave de susurro, no sea que se entere Garzón y la tome con las alcachofas

Entre el catálogo de alimentos cuyas virtudes no han sabido conquistar el corazón de los gallegos, el producto que más me sorprende es la alcachofa, una inflorescencia de sabor delicioso y probadas y beneficiosas virtudes terapéuticas que en esta tierra es poco menos que una desconocida cuando no una maldita. Yo adoro las alcachofas, y no me canso de hacer proselitismo para convencer a mis conocidos de sus múltiples cualidades. Apenas lo consigo. Hace años recuerdo que un amigo mío me reconoció que no había probado otras alcachofas que las que venían en bote, y cuando le comenté que las de verdad estaban mucho más buenas, me confesó que ni él ni toda su familia sabían siquiera cómo prepararlas.

La alcachofa es en realidad un cardo que una vez abandona su condición de capullo se torna intragable. Hay que consumirlas antes de que maduren porque cuando adquieren esa condición se angostan, se endurecen, pinchan, amargan, son tersas como el cuero y se invalidan para el consumo humano, así que solo en su más tierna infancia valen la pena. Cuando están en edad comestible son sin embargo, maravillosas. Lo digo en clave de susurro no sea que se entere Garzón y se empecine en tomarlas como objetivo de sus reflexiones en voz alta a algún periódico inglés y nos quedemos sin alcachofas. A los gallegos les va a dar igual porque no están habitualmente entre los alimentos que pueblan sus por otra parte bien dotadas mesas, pero a mí me haría polvo el ministro. Le ha dado por el sector cárnico y cada vez que tiene una ocurrencia destruye cien haciendas ganaderas. Si lee estas líneas y le da por comentar las alcachofas me quedo sin ellas. Y eso para mí resultaría trágico.

Dejémonos sin embargo de lamentaciones futuras que me pueden afectar si Garzón se empeña en recitar el cúmulo de miserias que aquejan el entorno del cultivo de la alcachofa. Hoy por hoy, las lamentaciones las pronuncian los sectores más sensatos del PSOE a los que Garzón y sus disquisiciones de bon vivant sin oficio ni beneficio están sumiendo en la desesperanza. 

Son gente honorable y bien pensante que se duele de presencias tan nocivas y que afirma que la reputación cuesta años consolidarla y se pierde de un hoy para mañana. Es cierto, pero no es un incompetente como Garzón quien debería entenderlo sino Sánchez. Él es ahora el PSOE y está comenzando a palpar eso de que la reputación hoy está y puede no estar mañana.

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