Opinión

Pobre de mí

Los líderes del mundo libre han entonado el “pobre de mí” como los mozos de uniforme blanco y pañuelico rojo se despiden de San Fermín cuando acaban las fiestas, y Madrid recupera su bendito aspecto provinciano de aldea global en la que todos caben y todos vuelven santamente a sus existencias cotidianas. Este villorrio manchego de casi cuatro millones de habitantes se ha puesto sus mejores galas para mostrar al mundo cómo se las gastaba un tal Diego de Silva y Velázquez cuando se calzaba la paleta y esgrimía los pinceles, y quién era el rey Carlos III, aquel que nada más volver a Madrid donde había nacido desde su trono en Nápoles, pasó por una puerta en el camino de Alcalá y la encontró tan fea que mandó que la tiraran e hicieran una nueva, mírala, mírala lo guapa que sigue estando desde que la ordenó Armona y la acabó Sabatini en 1778.

Madrid ha sido, por lo que se ve, sede de una cumbre histórica de la que ha salido cortando oreja y rabo la monarquía con la reina Letizia, eje de principio a fin de todo el entramado social, la pompa y la circunstancia de esta cita, con Biden mostrando el poderío estadounidense para imponer a las potencias la idea de que la OTAN tiene que hacer frente a la amenaza ruso-china quintuplicando el gasto militar y exhibiendo su poder intimidatorio. La cumbre ha servido también para pintar una sonrisa no libre de sombras en el rostro de Pedro Sánchez y para evidenciar el espantoso ridículo que acompaña a sus socios de gobierno donde van. Montero haciendo muecas como Charlot en las ruedas de prensa, Bellarra como si fuera una adolescente en rebeldía que saliera a la calle a pegar gritos con el megáfono, y el vago redomado del ministro Garzón retratado en toda su infinita y lesiva incompetencia entretenido con el No a la Guerra como una criatura a la que le han regalado una peonza de colorines.

El canto del “pobre de mí” ostenta sin embargo el inalterable poderío de retornar las cosas a su lugar descanso. Tras las arduas sesiones del diálogo político que han acabado con los riñones de Draghi –allí estaba el hombre  tundido en un banco del Museo del Prado hasta que una llamada angustiosa lo puso en el camino de Roma- y tras las cuchipandas de la embajada de los Estados Unidos con juerga flamenca incorporada, vienen los días más arduos con la vuelta a la normalidad. Es lo que toca y Sánchez lo sabe. Él y todos.

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