Opinión

Políticas de cambio

Rita Barberá, Alberto Fabra y Luisa Fernanda Rudí, una alcaldesa y dos presidentes regionales, han jurado sus cargos como nuevos senadores elegidos por el PP. Marcelino Iglesias, Joan Lerma u Óscar López entre otros altos cargos ahora descabalgaos son los especificados por el PSOE. Y es que las comunidades autónomas poseen la facultad de decidir una parte de los integrantes de la Cámara Alta y en esa potestad se han refugiado los partidos políticos y especialmente los mayoritarios para ofrecer continuidad a algunas de sus personalidades cesantes. En total, veinte nuevos senadores entre los que se apuntan ocupantes de Podemos, Comprimís o Coalición Canaria. Todos tomaron solemne posesión ayer si bien una gran parte de los cargos electos ya llevaba una semana acudiendo a la sede de su nuevo trabajo.

La duda es la duda y no pocos se preguntan por qué los políticos se aseguran la permanencia en el primer plano de la actividad utilizando el Senado como domicilio de los que las urnas han puesto fin a su trayectoria. La utilización de los escaños de la Cámara Alta paras adecuar a aquellos que se quedan descolgados es una práctica común en los partidos políticos y una razón cada vez más sólida para preguntarse si tan alta instancia sirve en realidad para algo más que para hacer sitio a los descabezados. Hay instituciones en el organigrama parlamentario que están habitualmente puestas en cuestión y el trato que las mismas formaciones les otorgan contribuye sin duda a elevar ese grado de desconfianza. Con las Diputaciones ocurre lo mismo.

Y es que si bien ambos ejemplos se regulan por un procedimiento electoral en ninguno de los casos hay elección directa aunque la labor en ambas instancias consista en legislar. Nadie duda que en estas tareas hay dedicación, perseverancia y trabajo pero hay también ese punto de desconfianza que no cesa cuando se observa cómo se renuevan esos escaños. En definitiva, la tan cacareada renovación que tanto se ha repetido en posprogramas electorales choca frontalmente con esta realidad prosaica y cotidiana que desbarata sueños de ventanas abiertas y que corra el aire. El Senado huele más bien a balneario.

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