Opinión

Recuerdos de un Cela centenario

Además de año cervantino estamos en año “celiano” si se puede llamar así a aquel que conmemora alguna efeméride relacionada con la vida y obra de Camilo José Cela. El Nóbel gallego habría cumplido uno de estos días cien años y justo es recodar a uno de nuestros grandes prosistas aunque Cela cometió muchos disparates con la pluma en la mano, muy parejos a los que convierten su biografía en un camino sembrado alternativamente de espinas y rosas.

Una de mis primeras entrevistas hube de hacérsela a Cela y recuerdo que cuando el redactor jefe de mi periódico de entonces me colgó el encargo comencé a sudar a mares porque tenía algunas referencias muy turbadoras de cómo se las gastaba aquel caballero. Uno de los veteranos de la redacción me advirtió con cariño paternal de lo que me esperaba en el caso por otra parte frecuente de que don Camilo no tuviese su día o mis actos le incomodaran. “Tiene muy mala leche así que ándate con ojo, chaval” me aconsejó masticando la sonrisa.

Afortunadamente no fue para tanto y de hecho un Cela muy comprensivo pagó las cervezas y la tapa de aceitunas rellenas. Recuerdo que, armándome de valor, le dije que me había parecido un tanto atrabiliaria la fórmula utilizada para escribir su última novela que era entonces “Mazurca para dos muertos”. Me miró con sorna antes de contestarme. “¿Le parece rara? -me respondió mirándome a los ojos- Pues espere a leer la próxima. Ya verá, ya…”. Tardó en rematarla una eternidad y se llamó “Madera de boj”, una aventura literaria en mi opinión muy extrema que –y el sabrá perdonarme allá donde esté- no fui capaz de terminar. En realidad, y vuelvo a pedir disculpas por si alguien se ofende, no había dios que se la acabara.

Bastante tiempo después, el propio Cela en persona me pidió para su Fundación de Padrón dos caricaturas que yo le había dibujado en este periódico, que le cedí encantado y allí deben estar todavía. Mi querida Marga, que entonces me hacía de secretaria, me dijo que tenía a Cela al aparato y yo pensé que era cualquier amigote gastándome una broma así que me puse al teléfono dispuesto a seguirle la corriente. “Oiga –me respondió- déjese de coñas, hombre, que soy yo de verdad”. Y yo me quedé balbuceando y pegado al auricular. Hoy me siento orgulloso de que esos dibujos estén donde están porque sospecho que le gustaron. Y no era fácil que le gustara algo, todo hay que decirlo.

Te puede interesar