Opinión

Un respeto, por favor

Una radio catalana ha llamado al presidente del Gobierno en funciones haciéndose pasar por el presidente de la Generalitat, y como vamos de sorpresa en sorpresa, en la Moncloa se lo han creído y Rajoy se ha puesto candorosamente al teléfono y ha estado conversando apaciblemente con el impostor hasta que el propio impostor se ha dado cuenta de que la broma llegaba demasiado lejos y ha terminado por descubrirse y aprovechar la comunicación para llamar al entendimiento. Estamos en un país singular en el que un adolescente iracundo le pone un ojo a la virulé al jefe del Ejecutivo y aquí pasa más bien poco, y una emisora de radio se la lía al teléfono al mismo personaje sin que una llamada de estas características pase los filtros necesarios y pueda ser detectada como falsa antes de llegar a su destino.

Lamentablemente, el problema no es sin embargo estrictamente responsabilidad de las herramientas de seguridad que deberían corresponder a la presidencia de un Gobierno, sino de la cultura con la que los habitantes del país afrontan el ámbito institucional y el respeto que les merecen cada una de sus múltiples facetas con independencia de quién ocupe el cago y quién nos gobierne. Afrontamos por tanto una situación que se ha ido deteriorando paulatinamente por pura dejación y hoy, bajo mínimos, produce las situaciones a las que estamos asistiendo y que a algunos nos dejan atónitos y cada vez más convencidos de que este es un mal camino. Recuperar la seriedad y el respeto por las instituciones que garantizan la salud democrática del país es un ejercicio que nos compete a todos. Y si un niñato abofetea al presidente del Gobierno en la calle debemos indignarnos, pedir la máxima severidad para su delito y exigir que no vuelva a suceder un hecho semejante. Pero si lo que genera son memes y cachondeo estamos apañados y acabaremos con el poco prestigio que en esa importante faceta de la vida pública nos queda.

Pedro Muñoz Seca, que conservó su sentido del humor hasta incluso delante del pelotón de fusilamiento, dejó escrito en “La venganza de Don Mendo” semejante rima que viene al pelo: “Cese ya la tambor. Cese el redoble. Que ya están mis nobles cansados y yo ahíto de tanto parchear y tanto pito”. Pues eso.

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