Opinión

El tiempo que no todo cura

A estas alturas de curso y con las playas a reventar, los sesudos del comentario político se plantean si es lícito pagar por los escritos depositados en las redes sociales hace cuatro años y si no sería más justo que estos prescribieran. Lo dicen los expertos más proclives a la juvenil irrupción de Podemos y otros experimentos de parecida factura ante la repercusión ofrecida por esos comentarios disparatados y en muchas ocasiones intelectualmente obscenos que han dejado en la redes algunos de los que ahora gobiernan el país desde sus parlamentos regionales y los ayuntamientos. El caso más intenso es el que protagonizan los concejales madrileños, que hace unos años irrumpieron en las redes con ánimo salvaje e iconoclasta y del que por lo visto ahora se arrepienten.

En mi opinión, el comentario podría prescribir como ciertos delitos y como los antecedentes penales una vez satisfecha la deuda con la sociedad. Pero nadie cambia radicalmente de temperamento en cuatro años y las atrocidades que el concejal Zapata dejó en su Twitter no tienen por qué ser diferentes a los pensamientos que anidan hoy en su mollera cinco años después. No es el paso de los años lo que se juzga sino la naturaleza de su pensamiento.

Paradójicamente, el arrepentimiento de los tres o cuatro concejales madrileños que escribieron barbaridades en sus cuentas o que desarrollar actividades que faltan al honor y al respeto, se ha producido ahora que han conseguido el poder y se enfrentan a cuatro años de gestión en un cargo público, una actividad los suficientemente seria y jurídica e institucionalmente tan estructurada que no permite desempeñarla portando a la espalda semejante macuto de miserias. Para ser concejal de un municipio hay que ser una persona honorable a la que el pasado no le saque las vergüenzas, y sospecho que no es suficientemente válido el argumento de que uno era tan joven entonces que las hacía cuadradas y todo le parecía divertido y estupendo Por tanto, no es el tiempo el que importa sino el temperamento que se conserve. Y en eso no se cambia de un día para otro.

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