Opinión

¿Quién fue?

Las palabras son como pájaros, de infinitas formas y tonalidades que estampan el vacio, vuelan por el aire, y si fuesen materiales, oscurecerían el sol. En cada ser vivo, se esconde un tesoro del que se extraen las letras que una vez emitidas constituyen el prodigio de la comunicación.

Cada piedra, animal, insecto, pez, movimientos del mar, estrella y galaxia, flor y árbol, microcosmos, colores, formas, lugares…, todo lo que existe y es conocido, tiene una palabra que lo identifica. Nombres propios o comunes.

Pero, ¿quién fue el que inició esa labor? ¿En qué lenguaje? ¿Qué o quién le inspiró para que un nombre fuese aceptado y se adaptase al objeto así denominado? ¿En qué momento de la historia se remonta la ocurrencia o genialidad de aquella palabra que quedó asociada para siempre a lo que se vio y pareció que aquello era eso? ¿En qué idioma o sonidos inconexos fue pronunciada, y por qué con el tiempo tales sonidos evolucionaron en un lenguaje configurado permanentemente como  herramienta sin la cual jamás se hubiera podido andar el camino que nos ha traído al aquí y ahora? Es el misterio que se esconde en el principio de los tiempos. Desde entonces todo descubrimiento ostenta un nombre inconfundible.

Pero, ¿sólo los humanos tienen el don de comunicarse? Es claro que no. Cada grupo tiene su lenguaje. Un lenguaje que se estudia por los expertos y que a veces dan unos resultados tan extraordinarios que jamás se pensaría que pudiesen ser reales. Pero lo son. Yo misma tengo escrito en este espacio sobre las maravillas que suponen las informaciones al respecto.

Señales, silbidos, cantos, movimientos, sonoridades, cadencias, coloridos, bailes… tanto en los animales terrestres como acuáticos, para aviso de peligros, conquistas, y tantas cosas que son propias sin distinción de especies. Solo que no los conocemos. Como tampoco conocemos la lucha por el espacio que sostiene cada día el mundo vegetal y que, en verdad, es pavorosa. Pero volvamos al principio. Volvamos a los nombres, para rendir un homenaje merecido a Blanca Catalán de Ocón (1860-1904), primera botánica española que descubrió y puso nombre a una flor: Saxifraga. Ella, en este caso, fue la primera, y cuya impronta ha quedado para la historia de la flora ibérica, y el orgullo de los que aman la naturaleza, lo que guarda, y lo que queda por descubrir.

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