Opinión

2022

En estos últimos días de 2022, los medios de comunicación prepararán los usuales resúmenes con las noticias destacadas del año, mediante los cuales, acontecimientos dormidos que parecían más lejanos en el tiempo, o al revés, o sobre los que no habíamos reparado siquiera, despiertan por unos minutos para volver a ocupar un lugar bajo el sol -como Elizabeth Taylor y Montgomery Clift- antes de caer definitivamente en el pozo del olvido.

Coincide, además, la última entrega de 2022 para esta columna, “Mejorando lo presente”, con el medio año desde la publicación de la primera, por lo que puede resultar conveniente una breve recapitulación; considerando, asimismo, que este proyecto nació con vocación de poner un foco sobre la ciudad, con la vista en ofrecer una serie de propuestas meditadas y realistas que favorezcan su mejora continua, pensando globalmente y actuando localmente.

Así, al igual que no cabe duda sobre la noticia que acaparó totalmente el funesto 2020, opacado por la pandemia del Covid-19, este 2022 también ha sido monopolizado casi por completo, desde finales de febrero, por otro triste asunto: la invasión de Ucrania por Rusia. De allí han derivado, además, otras ramificaciones que han acabado afectando incluso al día a día cotidiano de un lugar situado a más de tres mil kilómetros del conflicto, como es Ourense.

Sin ánimo de achacar a tan triste episodio -cuyo final ni siquiera se adivina aún- todas las penurias económicas que han acabado convirtiendo el 2022 en el año con la inflación más desbocada del presente siglo, lo cierto es que la subida de los precios de la energía, de la cesta de la compra o de los carburantes tienen mucho que ver con la globalización de los mercados y la interconexión de las economías que caracterizan al mundo en que vivimos.

Desde la gran crisis del quinquenio 2008-2013, que a España llegó un poco más tarde y de la cual estábamos saliendo aun cuando irrumpió la pandemia, no se veía un escenario más amenazador que el forjado a lo largo de este 2022, caracterizado por una incertidumbre geopolítica sin precedentes a nivel internacional que, junto con una intensa subida de tipos de interés, anuncian una recesión en toda regla a la vuelta de la esquina.

En este incierto marco, no se puede olvidar la existencia de fuertes condicionantes que limitan el poder de actuación de los gobiernos, a la hora de poder afrontar situaciones de crisis, empezando en nuestro caso por la pertenencia a la Unión Europea que, con sus grandes ventajas, presenta también ciertas limitaciones, derivadas de los compromisos adquiridos por la mera pertenencia a dicho club.

Si cabe señalar esta situación respecto de las administraciones públicas a gran escala, con mucha mayor razón se puede identificar en otros niveles inferiores, como en el caso del autonómico -y no hablemos ya del local- que, pese a hallarse más cerca de la ciudadanía y de sus necesidades inmediatas, se ven con las manos atadas por presupuestos insuficientes y/o fruto de decisiones políticas en las que no tienen arte ni parte.

Con todo, procede recordar también la idoneidad de las administraciones locales para mejorar la vida de la ciudadanía -particularmente, cuando vienen tiempos difíciles- y que se resume en una sola palabra: gestión. De ésta, a lo largo del año que ahora termina, cada cual podrá hacer su propio balance, echando la vista atrás retrospectivamente. Y decidir en consecuencia dentro de unos meses. Así de simple es la democracia.

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