Opinión

Blanco y en botella

Coindice la publicación de esta columna con el llamado “Día de la Hispanidad” (o “Fiesta Nacional de España”, según la Ley 18/1987, de 7 de octubre); esto es, el 12 de octubre, donde se celebra, por un lado, la festividad de la Virgen del Pilar, patrona de Aragón y, por extensión, del resto del país; y, por otro lado, la efeméride del descubrimiento de América por Cristóbal Colón, de la que se cumplen ahora 531 años.

Entre los actos principales del festejo, se encuentra el tradicional desfile de las Fuerzas Armadas, que se beneficiará del “veroño” que aún disfrutamos a estas alturas, y donde la única lluvia previsible es la que podría caer en forma de abucheos y pitidos sobre el presidente del Gobierno en funciones -si comparece, en vez de mandar a algún exalcalde en representación-; razón que quizás alentó el inusual cambio de ubicación de la parada a lugar más guarecido.

La multitudinaria manifestación contra la proyectada amnistía -que se cree tramitará el partido socialista ante la causa contra el llamado “procés”, apoyado por sus socios- desplegada en Barcelona el pasado domingo, ha supuesto un (nuevo) punto de inflexión en la carrera hacia la investidura que, por azar del destino, se cruza además con esos actos de celebración, donde cabe que salte otra vez la chispa del descontento popular.  

A la vista del resultado electoral y en contraste con declaraciones previas a los comicios, los llamamientos a la generosidad y altura de miras con que sus impulsores intentan vender la iniciativa nacen condenados a la incredulidad. Fruto de un repudiable cambalache de votos por perdón -y quién sabe si también disculpas-, sorprende el empeño en apuesta políticamente tan controvertida a cambio de lidiar con una legislatura a todas luces ingobernable.

Por todo ello, se ha venido especulando con las razones que han conducido a deriva semejante -que ha sido rechazada incluso de forma pública por significados antiguos dirigentes- en un partido tradicionalmente considerado “de Estado”. En tal sentido, no cabe olvidar que, detrás de todas las organizaciones humanas, como son los gobiernos o los partidos políticos, están las personas; y que todas las personas tienen sus propios intereses.

Eso no implica que las ambiciones individuales entren en necesaria colisión con las colectivas. Antes al contrario, muchas veces pueden ser ambas perfectamente compatibles entre sí; lo que no impide poder encontrar ahí la explicación de ciertas decisiones -difíciles de comprender, en apariencia- que adoptan quienes ejercen el liderazgo de un grupo y que acaban arrastrando, lo quieran o no, al conjunto.

Así, es curioso que los tres presidentes permanentes previos del Consejo Europeo (no confundir con el Consejo de la Unión Europea) eran presidentes o primeros ministros “en activo” (subráyese) de sus países; y que el siguiente se espera tome posesión el día 1 de diciembre de 2024, lo que requeriría su designación previa -tras fructificar las eventuales negociaciones- hacia el mes de octubre (dentro de un año, o sea).

Si se consideran los equilibrios de poder entre las distintas fuerzas que dominan las instituciones europeas (en manos de populares, socialistas y liberales, sobre todo); y se tiene en cuenta, además, que ningún presidente permanente de este órgano hasta la fecha ha procedido de un país del sur de Europa, ni lo ha sido tampoco ningún político socialista, como se suele decir vulgarmente: blanco y en botella. Es la leche.

Te puede interesar