Opinión

La curva de la indiferencia

El primer premio Nobel de Economía recayó en 1969 en el noruego Ragnar Frisch, considerado el padre de la distinción entre análisis macrodinámico y microdinámico, siendo así precursor de las respectivas especialidades de macroeconomía y microeconomía; aunque éstas no fueron bautizadas realmente como tales hasta 1941, en un artículo publicado por el holandés Pieter de Wolff en la revista “The Economic Journal”.

Entre ambas ramas existen claras diferencias: la primera se dedica al estudio general de la economía, analizando diversas variables agregadas (nivel de empleo, balanza de pagos, tipo de cambio…); mientras que la segunda explora la interrelación en los mercados de los agentes individuales participantes (consumidores, empresas, trabajadores, inversores…), valorando las decisiones que adoptan para satisfacer sus propios objetivos.

En microeconomía, una función de utilidad (cuyas variables son las cantidades de cada bien, representadas sobre dos ejes por su valor) muestra la satisfacción de los participantes, evidenciando sus preferencias, lo que les permitirá elegir, entre diferentes opciones, la que mejor satisfaga sus gustos. De satisfacerlos por igual todas ellas, se dice que el participante es indiferente, lo que se refleja gráficamente con una “curva de indiferencia”.

Se aprecia mejor con un ejemplo. Al comprar un coche, cabe valorar tanto sus prestaciones como su precio, en cuyo caso, estamos ante un problema multiobjetivo: en general, el más caro será el que tenga mejores prestaciones; pero, a la vez, el que ofrezca menores funcionalidades tendrá el precio más ajustado. Como no es posible afirmar que una opción sea mejor que la otra, la frontera entre ambas origina esa curva de indiferencia.

Dada esta situación, conviene introducir factores adicionales que, dentro de la frontera establecida, posibilitarán determinar las ventajas y desventajas que los vehículos concretos poseen, a la luz de esos criterios añadidos y que nos facilitarán decidir cuál es el automóvil que más nos conviene. O, dicho en términos ligeramente más técnicos, cuál es el que, entre todos ellos, maximiza la obtención de beneficios para la persona interesada.

Esto se conoce como una solución Pareto-óptima, o eficiencia de Pareto; apreciable cuando, ante una asignación inicial de bienes entre un conjunto de individuos, el cambio hacia una nueva asignación mejora la situación de uno de ellos sin hacer que empeore la de los demás. Por eso interesa tener varias opciones: para que la toma de decisiones pueda contemplar todas las soluciones (Pareto)óptimas posibles; las más eficientes, o sea.

Ante la curva de indiferencia dibujada por la ciudadanía ourensana, con su asignación inicial de votos entre los partidos en las elecciones municipales, cada uno de los participantes se enfrenta ahora con la necesidad de introducir criterios adicionales, en su búsqueda del pacto óptimo; esa alianza que debería maximizar la obtención de beneficios para quienes están interesados (ciudad de Ourense incluida, se presume).

En la encrucijada, cronómetro en marcha y a punto de detenerse la cuenta atrás, ni el propio Pareto hubiera podido diseñar escenario más endiablado para ilustrar su teoría; según la cual, será óptimo el cambio hacia una nueva asignación de recursos si mejora la situación de un participante sin hacer que empeore la de los demás. Tras la curva de la indiferencia, tan sólo queda la expectación que precede a la recta final.

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