Opinión

Gordofobia

Coincide la publicación de esta entrega con el sorteo de Lotería de Navidad, aunque antes de que empiece incluso a girar el bombo. Redactada con la debida antelación, ojalá junto con los comentarios que siguen se pudiera avanzar el resultado de aquél. Otro gallo cantaría en tal caso, aunque posiblemente el tono sería diferente, si es que el texto hubiera llegado a nacer siquiera, convirtiéndolo un poco -con permiso- en hijo de Schrödinger.

En la infancia de quienes leerán estas líneas, el soniquete de los niños del Colegio San Ildefonso anunciaba el comienzo de las vacaciones, por lo que era siempre bienvenido, aunque nos acabara taladrando el cerebro y la musiquilla encajase indudablemente mejor con los premios contabilizados en pesetas, sin olvidar su rentabilidad. Era otra época, no por ello mejor o peor, tan solo diferente.

Lo que sí ha permanecido apenas invariable es el panorama de imágenes de quienes consiguen acertar con el número -en particular, el codiciado “gordo”-, repartidas por todos los lugares del país, que repiten hasta la saciedad todas las cadenas de televisión. Alegría desbordada de unos, algo forzada tal vez de otros que vieron pasar el décimo bajo sus narices y descartaron comprarlo pensando que nunca toca. Algarabía generalizada, en todo caso.

Corren tiempos de ultracorrección política, por lo que toda crítica al sorteo puede ser tachada de inaceptable, bajo la inquietante acusación de gordofobia -no digamos si el premio fuese en femenino-, así que conviene andar con cuidado. Pero es inevitable señalar la inveterada afición mostrada por todos los gobiernos habidos de gestionar una actividad como ésta -al mismo tiempo que condenan la ludopatía, eso sí- desde la esfera del poder público.

La típica historia navideña de personas tristemente necesitadas a quienes su vida da un vuelco merced al azar de dos bolitas numeradas cruzándose resulta tan entrañablemente lacrimógena como acorde con este período del año. Aunque cabe preguntarse si los recursos empleados en estas y otras dickensianas actividades, mejor focalizados, no conseguirían eliminar el penoso presupuesto del cuento, a saber, familias enteras pasando apuros estos días.

Hace poco, publicaba un diario digital una mordaz crítica al informe de la OCU que lista una serie de ciudades clasificadas como aquéllas con mejor calidad de vida en España, encabezada por Vigo. En el artículo no se cuestionaba ese liderazgo ni mucho menos. Simplemente, se ponía el dedo en la llaga, señalando que parece lógico que sus residentes valoren muy bien la vida en esas ciudades siempre que sean de ahí.

Aunque Ourense no aparezca en la lista, hay mucha gente viviendo feliz aquí, apreciando el relajo y la calma que este lugar permite a quien se encuentre ya establecido y asentado, gozando de un sólido círculo familiar o de amistades; así como, en particular, de un trabajo digno que le posibilite disfrutar de las comodidades y servicios que, en mayor o menor medida, están disponibles. El auténtico premio gordo para una ciudad: desempleo cero.

A medida que se acercan las elecciones municipales, veremos las variopintas propuestas de los partidos, que ojalá hagan hincapié en la imprescindible reactivación económica y la creación de empleo de calidad. A ver si, al menos, en la lotería de la política, nos toca el primer premio. Por ahora, eso sí, conviene advertir un detalle: a la vista está que ninguno de los candidatos con aspiraciones al bastón de mando es gordo.

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