Opinión

La hermosa Florinda

Allá por el 711 d.C., el último rey visigodo, Don Rodrigo, se hallaba luchando contra los vascos cuando hubo de partir precipitadamente al sur, para combatir al jefe de las tropas musulmanas, Táriq Ibn Ziyad, en la archifamosa batalla de Guadalete, que supondría el inicio de la conquista de Hispania por los árabes, tras la derrota del monarca bárbaro, cuyo cuerpo nunca sería encontrado, dando lugar así a diversas leyendas.

Como también lo es la que está en la base de esa misma contienda, por la traición de Don Julián -transcripción hispánica de Yulyán- a la sazón gobernador de Septa (Ceuta); que sería quien facilitó el paso por el Estrecho a los musulmanes, como venganza tras la presunta violación de su bella hija Florinda a manos de Rodrigo, quien se habría visto además abandonado en la propia batalla por los hijos de su rival en la sucesión, el anterior Rey Witiza.

De todas formas, no está del todo claro lo sucedido; al menos, según el Romancero, que reza literalmente: “ella dice que hubo fuerza / él, que gusto compartido”. Pues hay versiones que indican que fue la joven quien sedujo al monarca y que éste logró “yacer con ella” bajo promesa de matrimonio, aunque después la incumplió. En cualquier caso, Florinda contó su versión a su padre, que decidió resarcirse de la afrenta.

El territorio gobernado por Don Julián estaba habitado por un pueblo nativo del estrecho de Gibraltar de origen amazig y se extendía por el norte del actual Marruecos hasta el Rif occidental; aunque sufrió diversas alteraciones, sobre todo, en mandatos de las dinastías de los merínidas y los alauíes. Hoy es una región costera entre los ríos Ued Lau y Uringa, a este de Cahauen y al sur de Tetuán, que se conoce como Ghomara.

La palabra “Ghomara” (procedente del hijo del caudillo amazig “Ghomer”) podría estar en la base de diversos topónimos, entre ellos, incluso el de la Isla Canaria de La Gomera; conocida, entre otros detalles, por su famoso silbo, patrimonio cultural de la humanidad declarado por la Unesco en 2009 y que incluso se enseña en los colegios, como muestra de los esfuerzos de revitalización lingüística llevados a cabo.

El silbo gomero transforma en silbidos los sonidos vocalizados del castellano, aunque parece que nació asociado al idioma de los aborígenes guanches; dado que, según se cree, su sistema fonético era susceptible de permitir una comunicación eficiente por esta vía. Con ello, se conseguía mejorar la comunicación, dada la compleja orografía de la pequeña Isla, evitando así la necesidad de hablar a gritos.

Cierto es que la implantación de medios más sofisticados de transmisión llevó a una clara decadencia en el uso del silbo gomero, hasta que comenzó su recuperación, a finales del siglo pasado, amparada por el gobierno autonómico. Quizás sea ésta la razón por la cual los representantes de Coalición Canaria anticipaban hace unos días su voto favorable al uso en el Congreso de las lenguas cooficiales, al considerarse un partido nacionalista.

A la hora de sopesar si se amplía el catálogo a disposición de Sus Señorías con el silbo gomero, como indudable ventaja, se acabaría con los gritos en el Hemiciclo. Pero su versatilidad parece un arma de doble filo. La versión actualizada del romancero, más benevolente con la hermosa Florinda, podría situar en un lascivo silbido el desencadenante de la caída de Don Rodrigo, aquel Rey asediado por los vascos al Norte y los marroquíes al Sur. Hay gestos que carga el diablo.

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