Opinión

Matar al Minotauro

Tras edificar el laberinto de Cnosos, Dédalo quedó retenido en la isla, junto con su hijo Ícaro. Para huir, construyó unas alas de plumas de pájaro pegadas con cera, aprendió a usarlas y enseñó a volar al joven; advirtiéndole que no subiera ni muy alto, porque el sol las derretiría, ni tan bajo que el mar pudiera mojarlas. Pero Ícaro desoyó el aviso, ascendiendo tanto que se cumplió el fatídico pronóstico y se ahogó.

Entre otras enseñanzas, el relato de Ícaro sirve para ilustrar un concepto que, en la antigüedad clásica, se conocía como “aurea mediocritas”, atribuido a Téano, esposa de Pitágoras; aunque fue Aristóteles quien lo asoció definitivamente con la virtud, en su “Ética a Nicómaco”. Se trata de conseguir el conveniente punto medio -o “mesotés”- entre dos extremos, alejándonos de los excesos y de las emociones desproporcionadas.

Por tanto, en el pensamiento griego clásico, el término medio gozaba de una connotación positiva, al representar la simetría, la proporción y la armonía, considerándose por ello un atributo de la belleza. De ahí que la palabra mediocridad exprese en castellano también el estadio que se sitúa entre la superioridad y la inferioridad; aunque, con el tiempo, adquirió un sentido despectivo, representando lo que carece de calidad suficiente.

Partiendo de este segundo significado -bien alejado de esa dorada moderación con que se le identificaba en la época clásica- más cercano a lo que se considera regular, el politólogo canadiense Alain Deneault construye su obra “Mediocracia: cuando los mediocres toman el poder” (Turner, 2019) formulando una despiadada crítica de los procesos sistémicos que favorecen el ascenso de personas con niveles medios de comprensión a ciertas posiciones.

Este asunto ya había sido abordado, en los años setenta, por Raymond Peter y Lawrence Hull, en su libro “The Peter Principle” (“El principio de Peter”), donde se enuncia, a caballo entre el ensayo científico y la sátira, que una persona competente ascenderá en su empresa a un puesto que requiera cada vez más habilidades hasta el momento en que carezca de las precisas para el nuevo nivel, quedando allí tan estancada como incompetente.

En el ámbito de la política, estas actuaciones descansan en manos de los partidos que, en el caso de nuestro país, funcionan en un régimen de semi oligopolio; asentado, además, sobre la base de un sistema de listas cerradas, elaboradas, en su mayoría, sin transparencia ni rigor. Así, la perdida ciudadanía queda atrapada en un laberinto donde ejercer con su voto la función de control que le corresponde resulta impracticable.

Un arma de doble filo, como el “labrys”, por el riesgo de volverse contra quien la usa, significa también emplear un medio que pueda tener efecto opuesto al fin buscado; al igual que elegir entre la medianía pretendiendo apoyar la democracia. Porque seguir el consejo de Dédalo y eludir volar como Ícaro es lo prudente. Lo heroico, no obstante, cual Teseo guiado por el hilo de Ariadna, es salir del laberinto tras matar al Minotauro.

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